sábado, 11 de febrero de 2017

Para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo

El eclipse


Julia Magistrati



Con un carbón te pintaste la cara
y tomaste el camino al espejo.
Alguien gritó “vengan a ver el eclipse”
y te quedaste alzada en tus propios brazos. Inmensa de tan triste.
Primitiva de la naturaleza.

Una madre apuró un pañuelo por si alguien decidía llorar.

-Lo que le sucede al planeta, nos sucede.
Lo has sentido cuando remontaste un barrilete
o bebiste con sed de un canal en el Perú-

Ya puedes volver a todos los espejos,
dejar piedras en los caminos
para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo,

o criar a tu conejo de la suerte
afinar los pastos
encontrar tu trébol.

Siempre llega el eclipse cuando están las madres cerca. Y su secuela
en la costura recién abandonada, seguirá en los años, comiéndote los ojos.

El agua que chifla sola hirviendo en la cocina;
el gusano del durazno sumergido en su placenta;
el huevo que siempre cae cuando hay un eclipse.

Mi madre es la que gritó, con la blusa a medio prender, y el cuello
extendido al cielo.
Alguien había dejado un libro sin señalar, otro la taza por la mitad
y una sábana mojada.
Y yo no caía en cuenta.

A la hora del eclipse, mi madre
era una niña olvidadiza, tremenda de sol,
que yo taparía con tierra.

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