martes, 2 de enero de 2018

Atwood: Genial poeta y novelista



"Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son sólo cuentos tienen mejores posibilidades.Si esto es un cuento que yo estoy contando, entonces puedo decidir el final. Habrá un final para este cuento, y luego vendrá la vida real. Puedo decidir dónde dejarlo.Esto no es un cuento que estoy contando.También es un cuento que estoy contando, en mi imaginación, sobre la marcha.Contando, más que escribiendo, porque no tengo con qué escribir y, de todos modos, escribir está prohibido.

Pero si es un cuento, aunque sólo sea en mi imaginación tengo que contárselo a alguien. Nadie se cuenta un cuento a sí mismo. Siempre hay otra persona"




"Mejor nunca significa mejor para todos, comenta. Para algunos siempre es peor."



"Vivíamos, como era normal, haciendo caso omiso de todo. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que trabajar para ello."



"La humanidad es muy adaptable decía mi madre. Es sorprendente la cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe alguna clase de compensación."





"Mi desnudez me resulta extraña. Mi cuerpo parece an­ticuado. ¿De verdad me ponía bañador para ir a la playa? Lo hacia, sin reparar en ello, entre los hombres, sin im­portarme que mis piernas, mis brazos, mis muslos y mi espalda quedaran al descubierto y alguien los viera. Ver­gonzoso, impúdico. Evito mirar mi cuerpo, no tanto porque sea algo vergonzoso o impúdico, sino porque no quiero verlo. No quiero mirar algo que me determina tan abso­lutamente."



"Tengo la falda roja levantada, pero sólo hasta la cin­tura. Debajo de ésta, el Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo. No digo haciendo el amor, porque no es lo que hace. Copular tam­poco sería una expresión adecuada, porque supone la par­ticipación de dos personas, y aquí sólo hay una implicada. Pero tampoco es una violación: no ocurre nada que yo no haya aceptado. No había muchas posibilidades, pero había algunas, y ésta es la que yo elegí…"





"En la cama no se hace nada más que dormir… o no dormir. Intento no pensar demasiado. Como el resto de las cosas, el pensamiento tiene que estar racionado. Hay muchos que no soportan pensar. Pensar puede perjudicar nuestras posibilidades, y yo tengo la intención de resistir. Sé por qué el cuadro de los lirios azules no tiene cristal, y por qué la ventana sólo se abre parcialmente, y por qué el cristal de la ventana es irrompible. Lo que temen no es que nos escapemos –al fin y al cabo no llegaríamos muy lejos— sino esas otras salidas, las que si se posee una mente aguda es posible abrir dentro de una."


"La noche es para mí, me pertenece; puedo hacer lo que quiera, Siempre que me quede callada. Siempre que no me mueva. Siempre que me estire y me quede inmóvil… Pero la noche es para mí. ¿A dónde podría ir?"


"Le dispararon al presidente, ametrallaron el Congreso, y el ejército declaró el estado de emergencia. En aquel momento culparon a los fanáticos islámicos. Fue entonces cuando suspendieron la Constitución. Dijeron que sería algo transitorio. Ni siquiera había disturbios callejeros. Los periódicos fueron sometidos a censura y algunos quedaron clausurados, según dijeron por razones de seguridad. Dijeron que se celebrarían nuevas elecciones, pero que llevaría algún tiempo prepararlas. "





"El tiempo es una trampa en la que estoy cogida. Debo olvidarme de mi nombre secreto y del camino de retorno. Ahora mi nombre es Defred, y aquí es donde vivo.Vive el presente, saca el mayor partido de él, es todo lo que tienes.Tiempo para hacer el inventario.Tengo treinta y tres años y el pelo castaño. Mido uno setenta descalza. Tengo dificultades para recordar el aspecto que tenía. Somos matrices dé dos piernas, eso es todo pero tengo ovarios sanos. Me queda una posibilidad."



"Las infames Colonias están compuestas por poblaciones flotantes utilizadas principalmente como equipos prescindibles de eliminación de sustancias tóxicas, aunque la que tiene suerte puede ser asignada a tareas menos peligrosas, como la recolección del algodón o la cosecha de la fruta."



"-Deseo que las mujeres luzcan indumentarias modestas -dice-, recatadas y sobrias; que no lleven el cabello trenzado, ni se adornen con oro, perlas o atavíos costosos. Sino (lo cual se aplica a las mujeres que se declaran devotas) con buenas obras.
Dejad que la mujer aprenda en silencio, con un sometimiento total -En este punto nos dedica una mirada-. Total -repite.
No tolero que una mujer enseñe, ni que usurpe la autoridad del hombre, sólo que guarde silencio.
Porque primero fue creado Adán, y luego Eva. Y Adán no fue engañado, pero la mujer, siendo engañada, cometió una transgresión.
No obstante, se salvará mediante el alumbramiento si continúa en la fe y la caridad y la santidad con una conducta sobria."


"Al contarte algo, lo que sea, al menos estoy creyendo en tí, creyendo que estás allí, creyendo en tu existencia. porque contándote esta historia, logro que existas. Yo cuento, luego existes."



"Les hemos dado más de lo que les hemos quietado, dijo el Comandante. Piensa en los problemas que tenían antes. ¿Acaso no recuerdas las dificultades de los solteros, la indignidad de las citas a ciegas en el instituto o la universidad? El mercado de la carne. ¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que conseguían fácilmente un hombre y las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se empequeñecían la nariz. Piensa en la miseria humana."


"Otra vez he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás, que han acabado por convertirse en las mías."



"Recuerdo un programa de televisión... Era un documental sobre una de aquellas guerras. Entrevistaban a la gente y mostraban fragmentos de películas de la época, en blanco y negro, y fotografías. (...) Las entrevistas a las personas que aún estaban vivas habían sido rodadas en color. La que mejor recuerdo es la que se le hacía a una mujer que había sido amante del jefe de uno de los campos donde encerraban a los judíos antes de matarlos.(...) Por lo que decían, aquel hombre había sido cruel y brutal. Su amante -mi madre me explicó el significado de esta palabra; no le gustaban los misterios: cuando yo tenía cuatro años me compró un libro sobre los órganos sexuales- había sido una mujer muy hermosa. Se veía una foto en blanco y negro de ella y de otra mujer, vestidas con bañador de dos piezas, zapatos de plataforma y pamela, indumentaria típica de aquella época; llevaban gafas de sol con forma de ojos de gato y estaban tendidas en unas tumbonas junto a la piscina. La piscina se encontraba junto a la casa, que a su vez estaba cerca del campo donde se alzaban los hornos. La mujer dijo que no había notado nada fuera de lo normal. Negó estar enterada de la existencia de los hornos."


"—Yo podría ayudarte —dice, susurra.
— ¿Qué? —pregunto.
—Chsss —me advierte—. Podría ayudarte. He ayudado a otras.
— ¿Ayudarme? —le digo, en voz tan baja como la suya—. ¿Cómo? —¿Sabe algo, ha visto a Luke, lo ha en­contrado, puede traerlo?
— ¿Cómo te parece? —pregunta, todavía en un susurro. ¿Es su mano la que se desliza por mi pierna? Se está quitando el guante—. La puerta está cerrada con llave. Nadie puede entrar. Ninguno de ellos sabría jamás que no es suyo.
Levanta la lámina. La parte más baja de su cara está cubierta por la reglamentaria mascarilla blanca de gasa. Un par de ojos pardos, una nariz, y una cabeza de pelo castaño. Tiene la mano entre mis piernas.
—La mayoría de esos tíos ya no pueden hacerlo —me explica—. O son estériles.
Casi jadeo: ha pronunciado la palabra prohibida: esté­ril. Ya no existe nada semejante a un hombre estéril, al menos oficialmente. Sólo hay mujeres fértiles y mujeres estériles, eso dice la ley.
—Montones de mujeres lo hacen —prosigue—. Tú quie­res un bebé, ¿verdad?
—Sí —admito. Es verdad, y no pregunto la razón por­que ya la conozco. Dame hijos, o me moriré. Esta frase tiene más de un sentido."



"No es de los esposos de quienes tenéis que cuidaros decía Tía Lydia, sino de las Esposas. Siempre debéis tratar de imaginaros lo que sienten. Por supuesto os ofenderán. Es natural. Intentad compadecerlas. Tía Lydia creía que era muy buena compadeciendo a los demás. Intentad apiadaros de ellas. Perdonadlas, porque no saben lo que hacen. Y volvía a mostrar esa temblorosa sonrisa de mendigo, ele­vando la mirada —a través de sus gafas redondas con mon­tura de acero— hacia la parte posterior del aula, como si el cielo raso pintado de verde se abriera y de él bajara Dios, montado en una nube de polvos faciales de color rosa perlados entre los cables y las tuberías. Debéis com­prender que son mujeres fracasadas."



"Pero había algunas mujeres quemando libros… Entre las mujeres también había algunos hombres y pude ver que en lugar de libros había revistas. Debían de haber echado gasolina, porque las llamas eran altas, y luego empezaron a tirar revistas que sacaban de unas cajas, sólo unas pocas por vez. Algunos de ellos cantaban; se acercaron algunos curiosos… La mujer me entregó una de las revistas. En ella vi a una mujer bonita, sin ropa, colgada del cielo raso con una cadena atada a sus manos. La miré con mucho inte­rés. No me asustó. Creí que se estaba columpiando, coma hacía Tarzán con las lianas en la televisión… Arrojé la revista a las llamas. El aire producido por el fuego hizo que se abriera; se soltaron enormes copos de papel y salieron volando por encima de las llamas, lleván­dose las diferentes partes de los cuerpos femeninos y convirtiéndolos en negras cenizas ante mis ojos."



"Ahora caminamos por la misma calle, de a dos y de rojo y ningún hombre nos grita obscenidades, ni nos habla, ni nos toca. Nadie nos silba.
Mientras esperamos en doble fila, se abre la puerta y entran otras dos mujeres, ambas vestidas de rojo y con la toca blanca de las Criadas. Una de ellas está embara­zada; su vientre, bajo las ropas sueltas, sobresale triun­fante. En la sala se produce un movimiento, se oye un susurro, algún suspiro; muy a nuestro pesar, giramos la cabeza descaradamente para ver mejor. Sentimos unos de­seos enormes de tocarla. Para nosotras, ella es una presen­cia mágica, un objeto de envidia y de deseo, de codicia. Ella es como una bandera en la cima de una montaña, la de­mostración de que todavía se puede hacer algo: nosotras también podemos salvarnos."



"Son turistas…Hacía mucho tiempo que no veía mujeres con faldas como éstas. Les llegan exactamente debajo de las rodillas, y por debajo de las faldas se ven sus piernas casi desnudas con esas medias tan finas y llamativas, y los zapatos de tacón alto con las tiras pegadas a los pies como delicados instrumentos de tortura. Ellas se balancean, como si llevaran los pies clavados a unos zancos despare­jos; tienen la espalda arqueada a la altura del talle y las nalgas prominentes. Llevan la cabeza descubierta y el pelo al aire en toda su oscuridad y sexualidad; los labios pinta­dos de rojo, delineando las húmedas cavidades de sus bocas como los garabatos de la pared de un lavabo público de otros tiempos.
Me detengo. Deglen se para junto a mí y comprendo que ella tampoco puede quitarles los ojos de encima a esas mujeres. Nos fascinan y al mismo tiempo nos repugnan. Parece que fueran desnudas. Qué poco tiempo han tarda­do en cambiar nuestra mentalidad con respecto a este tipo de cosas.
Entonces pienso: yo solía vestirme así. Aquello era la libertad.
Occidentalización, solían llamarle."



"Cuando las furgonetas llegan a un puesto de control, les hacen señas para que pasen sin detenerse. Los Guardianes no quieren correr el riesgo de registrar el interior y poner en duda su autoridad. Al margen de lo que piensen.
Si es que piensan, aunque por su expresión es impo­sible saberlo.
Lo más probable es que no piensen en nada promiscuo. Si piensan en un beso, de inmediato deben pensar en los focos que se encienden y en los disparos de fusil. En rea­lidad, piensan en hacer su trabajo, en ascender a la cate­goría de Angeles, tal vez en que les permitan casarse y, si son capaces de alcanzar el poder suficiente y llegan a vie­jos, en que les asignen una Criada sólo para ellos.
El del bigote nos abre la pequeña puerta para peatones, retrocede para hacernos sitio y nosotras pasamos. Sé que mientras avanzamos, estos dos hombres —a los que aún no se les permite tocar a las mujeres— nos observan. Sin embargo, nos tocan con la mirada y yo muevo un poco las caderas y siento el balanceo de la falda amplia. Es como burlarse de alguien desde el otro lado de la valla, o pro­vocar a un perro con un hueso poniéndoselo fuera del alcance, y enseguida me avergüenzo de mi conducta porque nada de esto es culpa de esos hombres, son demasiado jó­venes.
Pronto descubro que en realidad no me avergüenzo. Disfruto con el poder: el poder de un hueso, que no hace nada pero está ahí. Abrigo la esperanza de que lo pasen mal mirándonos y tengan que frotarse contra las barreras, subrepticiamente. Y que luego, por la noche, sufran en los camastros del regimiento. Ahora no tienen ningún desahogo excepto sus propios cuerpos, y eso es un sacrilegio. Ya no hay revistas, ni películas, ni ningún sustituto; sólo yo y mi sombra alejándonos de los dos hombres, que se cuadran rígidamente junto a la barricada mientras observan nues­tras figuras."



"En la sala había reminiscencias de sexo y soledad y expectativa, la expectativa de algo sin forma ni nombre. Recuerdo aquella sensación, el anhelo de algo que siempre estaba a punto de ocurrir y que nunca era lo mismo, como no eran las mismas las manos que sin perder el tiempo nos acariciaban la región lumbar, o se escurrían entre nuestras ropas cuando nos agazapábamos en el aparcamiento o en la sala de la televisión con el aparato enmudecido y las imágenes parpadeando sobre nuestra carne exaltada.
Suspirábamos por el futuro. ¿De dónde sacábamos aquel talento para la insaciabilidad? Flotaba en el aire; y aún se respiraba, como una idea tardía, cuando intentábamos dormir en los catres del ejército dispuestos en fila y separados entre sí para que no pudiéramos hablar."

Margaret Atwood. El cuento de la criada.

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