domingo, 14 de octubre de 2018

El corazoncito tierno como un panal

CAPERUCITA ROJA





GABRIELA MSTRAL



Caperucita Roja visitará a la abuela 
que en el poblado próximo sufre de extraño mal. 
Caperucita Roja, la de los rizos rubios, 
tiene el corazoncito tierno como un panal. 

A las primeras luces ya se ha puesto en camino 
y va cruzando el bosque con un pasito audaz. 
Sale al paso Maese Lobo, de ojos diabólicos. 
«Caperucita Roja, cuéntame adónde vas». 

Caperucita es cándida como los lirios blancos. 
«Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel 
y un pucherito suave, que se derrama en juego. 
¿Sabes del pueblo próximo? Vive en la entrada de él». 

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, 
recoge bayas rojas, corta ramas en flor, 
y se enamora de unas mariposas pintadas 
que la hacen olvidarse del viaje del Traidor... 

El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, 
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, 
y golpea en la plácida puerta de la abuelita, 
que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor.) 

Ha tres días la bestia no sabe de bocado. 
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender! 
... Se la comió riendo toda y pausadamente 
y se puso en seguida sus ropas de mujer. 

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. 
De la arrugada cama dice el Lobo: «¿Quién va?» 
La voz es ronca. «Pero la abuelita está enferma» 
la niña ingenua explica. «De parte de mamá». 

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. 
Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. 
«Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho». 
Caperucita cede al reclamo de amor. 

De entre la cofia salen las orejas monstruosas. 
«¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor. 
Y el velludo engañoso, abrazado a la niña: 
«¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor». 

El cuerpecito tierno le dilata los ojos. 
El terror en la niña los dilata también. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?» 
«Corazoncito mío, para mirarte bien...» 

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra 
tienen los dientes blancos un terrible fulgor. 
«Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?» 
«Corazoncito, para devorarte mejor...» 

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, 
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; 
y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, 
y ha exprimido como una cereza el corazón...




En el Tesoro de la juventud (heredado por parte de madre)

Oh, dios de los goznes

La puerta 



Margaret Atwood





La puerta se abre,

miras lo que hay dentro.

Está oscuro en el interior,

probablemente hay arañas,

no hay nada ahí que tú desees.

Tienes miedo.

La puerta se cierra



La luna llena brilla,

repleta de delicioso zumo,

compras un bolso,

el baile es agradable.

La puerta se abre

y se cierra, tan rápido,

que no te das cuenta.



El sol sale,

tomas un desayuno frugal

con tu marido, aún delgado,

lavas los platos,

quieres a tus hijos,

lees un libro,

vas al a cine.

Llueve de forma moderada.



La puerta se abre,

miras dentro:

¿por qué sigue pasando esto ahora?

¿Es que hay un secreto?

La puerta se cierra.



Cae la nieve,

barres el sendero, resollando,

ya no es tan fácil como antes.

Tus hijos llaman por teléfono, a veces.

Hay que arreglar el tejado.

Te mantienes ocupada.

Llega la primavera.



La puerta se abre:

está oscuro ahí dentro,

hay muchos peldaños hasta abajo.

Pero ¿qué es lo que brilla?

¿Es agua?

La puerta se cierra.



El perro ha muerto.

Ya sucedió antes,

y compraste otro,

pero esta vez, no.

¿Dónde está tu esposo?

Has abandonado el jardín.

El trabajo era demasiado duro.

Por la noche te tapas con mantas;

sin embargo, padeces insomnio.



La puerta se abre:

Oh, dios de los goznes,

dios de los largos viajes,

has cumplido tu palabra.

Ahí dentro está oscuro.

Te confías a las tinieblas.

Entras dentro.

La puerta se cierra.





.