Publicamos el prólogo escrito por Gonzalo Aguilar a Palabra Desorden, de Arnaldo Antunes (Caja Negra).
Por Gonzalo Aguilar.
El poeta es un cazador de etimologías. De etimologías falsas pero que se vuelven poderosas por acción de la poesía. ¿Qué etimología, en última instancia, no tiene algo de embeleco, de prueba fraguada, de invención, pese a que el significado de
etymon, de donde proviene la palabra etimología, es “verdadero”? Como si remontando el río del lenguaje pudiéramos llegar a los orígenes donde se devela la verdad todas las palabras. Ya Sócrates en el
Cratilo, en uno de los pasajes más enigmáticos de sus diálogos, juega con las etimologías de las palabras y los lectores no saben si se trata de la naturaleza de la verdad o de la verdad de la ironía. La palabra “dioses”
(theoí ), por ejemplo, vendría de “correr” (
theín) que es lo que percibían los hombres en la naturaleza (el sol, la luna, las estrellas, el cielo corren). Más allá de las argumentaciones filosóficas, Sócrates se revela aquí como un verdadero poeta: se interna en el lenguaje como en una red de sentidos que reconducen unos a otros no solo por los significados sino también por los sonidos, las letras, los ritmos, los parentescos, los azares. Una oscura en la que, según Sócrates, “el lenguaje señala, rodea y recorre siempre todo y es doble, verdadero y falso”.
Arnaldo Antunes, qué duda cabe, también es un cazador de etimologías pero no se preocupa por el origen sino por el parentesco y no navega hacia el pasado remoto sino que juega con las consecuencias, los efectos, los desenlaces (se inclina más por el humor que por la ironía). Agrupa palabras que se asemejan sea por su sonido, por su diseño, por su sentido, por la sintaxis que las agrupa. Etimología de río: ir. De psiu: psia. De incerto: incéu. Lo casual se transforma en sorprendente y necesario. Y en el juego de la sintaxis y las definiciones: “El grillo es el pececito del sapo. El silencio es el de la charla. El bigote es la antena del gato. El caballo es pasto de garrapatas. El cabrito es el cordero de la cabra”. Siguiendo el hilo extraño de la relación entre etimología y traducción, Ivana Vollaro y Reynaldo Jiménez siguen a la caza del snark: incierto e incielo, “pececito” (“peixinho”) que pasa de “grillo” (“girino”), en la traducción, a “sapito” con quien se asemeja por el sonido.
Estos conjuntos constan de dos palabras y en algunos poemas hasta de una sola y esto es así porque nunca hay una palabra absolutamente aislada: “La cosa en sí no existe”, escribe Antunes. Debajo de cada palabra, detrás o al lado, tentáculos más o menos visibles atan a una palabra a otras (así como no se puede aislar una cosa, porque apenas se la aísla el mundo entra en ella). Una palabra remite a otra, toda palabra tiene etimología, cualquier palabra es un nudo de relaciones. Las relaciones, en la poesía de Antunes, se dan según cuatro modalidades: el verbo ser, la repetición, la palabra como cosa y la fluctuación humorística.
El verbo ser en tercera persona retorna una y otra vez en los poemas de Antunes. La palabra “é” que por un lado remite a lo central y dominante de la cultura occidental (la identidad y la verdad) y que por otro, por ser una sola letra, una vocal, se mezcla con otras palabras, se diluye, hace encabalgamientos (la observación no vale para el castellano). Esta última opción es la que usa Antunes poniendo en suspenso e impugnando todas las identidades. Ya sabemos que “el bigote es la antena del gato”, que “El Sahara y el Polo son ______s fríos”, que “lo que no puede ser que no es lo que no puede ser que no es lo que no puede ser que no es”. O en otra lectura, “puede ser que no es lo que no puede ser que no es lo que no puede ser que no es lo que no” y así en innumerables comienzos.
La repetición se irradia en todos los sentidos y vacía la unicidad de la afirmación de identidad del ser. O, en términos sintácticos, semánticos, gráficos, sonoros o visuales, la repetición se impone con una constancia tal (la repetición se repite, no deja de repetirse) que hace aparecer todas las diferencias. Como un niño, el poeta Antunes experimenta y aprende con las semejanzas y la reiteración. El ser no es una identidad sino una atribución giratoria, rotativa, hipnótica. Toma la palabra como un cosa (la palabra es una cosa) y la extrae del uso cotidiano del intercambio para entregarle al libre uso del juego. De ahí la risa liberadora que provocan los poemas dePalabra desorden.
La etimología de humor no es la palabra latina umor (líquido, humedad) sino, como quería Oswald de Andrade, la palabra amor. Amor = Humor. Con esa hañadida que ya no es etimológica sino histórica, resto visual que Antunes literalmente escribe –con tinta que se chorrea– en “hentre / hos / hanimais / hestranhos / heu / hescolho / hos humanos” (“hentre / los / hanimales / hextraños / yo / hescojo / los / humanos”). La fluctuación humorística se desplaza entre letra y letra, entre repetición y repetición, “entre labio y labio”, “entre parte y parte”.
Arnaldo Antunes nació en San Pablo en 1960. En los años cincuenta el movimiento de poesía concreta cambió la fisonomía de la ciudad paulista y de la literatura brasileña. En los años sesenta Paulo Leminski declaró que era más concreto que los concretos,
porque ellos se habían hecho concretos mientras él ya había nacido concreto. Hacia final de la década, Caetano Veloso y Gilberto Gil entraron en diálogo con Décio Pignatari, Haroldo y Augusto de Campos durante los agitados días de la aventura tropicalista. Cuando Antunes irrumpió en el mundo del arte, de la mano del grupo de rock Os Titãs, la combinación de sofisticación y naturalidad ya era una marca de la cultura popular brasileña. Su primer disco con el grupo, de 1984, en tiempos de retorno de la democracia y de explosiones de una juventud que se volcaba hacia el rock como medio de expresión, tuvo una salida casi simultánea con su primer libro de poemas: Ou e de 1983. Desde entonces, una misma energía recorre todos los actos de Arnaldo: sea en las fiestas descontroladas y paganas de Os Titãs que después se continuaría en sus discos solistas y en el antimovimiento de Os tribalistas con Marisa Monte y Carlinhos Brown, sea en sus performances y obras visuales, en las instalaciones y videos, sea en sus libros de poesía (que a esta altura suman más de diez títulos) o en las revistas de las que participó (como en la mítica Artéria), una energía atraviesa todos esos mundos con tanta fuerza que hace a las diferencias entre las distintas prácticas operativas a la vez que inútiles. ¿Qué es, entonces, Arnaldo Antunes? ¿Poeta, músico, cantante, recitador, artista visual, dibujante, performer ? Nada de eso, Arnaldo Antunes es.
En el camino de la poesía, Arnaldo se encontró con sus traductores al castellano. Lo que el lector tiene entre las manos es una traslatio subspecie amicitiae. Ivana Vollaro es artista visual y expone en las galerías paulistas. Reynaldo Jiménez es poeta, compilador de la conocida antología de poesía barroca hispanoamericana y editor de la revista y el sello editorial tsé=tsé, que fue responsable por la introducción de varios de los mejores poetas brasileños contemporáneos en nuestro país. La fórmula traslatio sub specie amicitiae no expresa el hecho de que Ivana, Arnaldo y Reynaldo sean amigos sino que la traducción forma parte de un proceso de intercambios en el que se percibe la marca de la amistad, del diálogo, de los hallazgos en común. En algunos casos cosoluciones más felices y a la vez más fieles que las del original como en “Todooutodo”. En otros, con un respeto por el trazo del otro que el valor que tiene en Arnaldo la página como soporte.
Palabra desorden es un libro pero es más que eso: es una cosa. Está ahí, tiene volumen, textura, duración –como dice Arnaldo en su poema “As coisas” que musicalizó Gilberto Gil. Se mete entre los libros de la biblioteca argentina, entre las cosas locales que nos rodean y respira. Es algo tan extraño a esas otras cosas, a esas tradiciones, que uno se ve tentado a denominarlo un objeto no identificado, que es como los brasileños denominan a los ovnis. Uno lo imagina en el estante y no puede dejar de pensar en el contagio, en la invitación risueña que le hace a los demás libros para que, por un instante, se entreguen al orden del desorden.
Tomado del blog de Eterna Cadencia