AUTOHISTORIAS DE MUJERES
PAULA IRUPÉ SALMOIRAGHI
ENERO-JULIO 2016
LA INOCENTE
1.
“Debo matarte”, dijo el cazador
y Blancanieves
sintió en su garganta
el filo del odio materno.
“Debo matarte”, dijo mientras la reina
preparaba ya la manzana envenenada
segura de la cobardía
del hombre cuya mano
temblaba alrededor del cuchillo.
“Debo matarte”, repitió alucinado.
Como esperando que de la espesura
surgieran de una vez los siete idiotas
que debían ahorrarle la decisión.
¿Quizás llegaran los pájaros?
¿O los dulces conejos de orejas peluditas
que se asomaban detrás
de aquel tronco caído
y luego huían?
¿Quién debía salvar a la inocente?
Si es verdad que la belleza
puede, en algún caso,
ser inocente.
2.
“Yo no soy bella”, se defendió la caída.
La que permanecía tumbada
por el cazador
sobre las hojas secas
al pie de un aromo
en medio del bosque deslumbrante.
“Yo no soy bella”, dijo la que tenía
el corazón como el corazón
de un joven jabalí.
“Yo no soy bella”, gritó, salvaje.
Y el espejo, que había creído
dejar atrás en el castillo,
le respondió en el eco: “Sí, sí
sí que los sos”.
3.
¿Por qué creerle
a una superficie pulida y recortada
contra un marco de oro repujado?
“Andá a cagar”, dijo la reina
y escupió
sobre la mueca grandilocuente
del cristal azogado que llevaba
días y meses
destruyendo
su amor por Blancanieves.
4.
“¿No vas a perseguirme
disfrazada de pobre ancianita
hasta la casita del bosque?”,
preguntaba en sueños
la recién llegada y los enanos
se sentaban alrededor de la cama
para saber
cómo terminaba la historia.
“¿No vas a envenenar con tu rencor
y tus macabros conjuros
la manzana más roja y más carnosa
que puedas traer
hasta mi ventana?”,
reclamaba dormida o en delirio
de vigilia que barre cuartos ajenos
la princesa alejada
del odio maternal.
“Nadie ha preguntado
hoy por vos”,
debía repetirle siete veces al día
cada uno de los siete enanos.
“Ninguna
vieja con manzanas, ninguna
reina de corazones, ninguna
maléfica hechicera, ninguna
bestia envidiosa
con cuerpo de mujer madura”, los enanos
huían a la mina para evitar
la vigilancia continua
de la puerta y las ventanas
vacías.
5.
“Me voy a casa de mamá”, le dijo un día
la bella al enano perezoso
que esa noche había
dormido con ella.
“Los dejo a todos. Ya no tendrán
que recordar los turnos,
múltiplos siempre de siete,
en el orden de los días
que le corresponden a cada uno
para dormir entre mis piernas.
Me voy.
Si má no ha muerto
comeremos
juntas la manzana,
destriparemos un jabalí,
quebraremos en siete pedazos el espejo
y nos cogeremos al unísono
al cagón del cazador.”
NENÚFARES
Nenúfares,
nenúfares, había
nenúfares
en el estanque.
Flotaban
y se desplazan
unidos como rondas de gordas
lentas y dormidas.
No había apuro en la languidez
de las hojas
traslúcidas al mediodía,
opacas al atardecer.
“Nenúfares”, repetían los niños
que se acercaban al estanque
cuando las niñas
decían:
“Nenúfares” y se quedaban
balanceando sus piernitas gordas
dentro del agua verde.
“Nenúfares”, entonaban como si dijesen
“Duérmete niño” o
“Estaba la blanca paloma”.
“Nenúfares”, comenzó a decir
el eco entre las ramas.
Nenúfares.
Nenúfares.
Nenú
fares.
Fue la palabra por el aire y volvió.
Entró de un modo nuevo
en la boca de las niñas,
de las cuatro niñas tontas
que no se levantaban del estanque,
que abrieron muy grande la boca
y volvieron a decir:
“Nenúfares” y era
la primera,
la única vez
que lo decían.
MEDUSA Y LOS AEDOS
Medusa peina sus cabellos.
Mejor dicho: golpetea
dulcemente
las cabecitas locas
de sus finas sierpes de colores.
“Tú para aquí,
tú para allá”, les dice y las ofidias
fingen obedecer por un rato.
Medusa no cree
en eso de la mirada.
Algún despechado
cantó que le contó que le contaron
que una pequeña vislumbre de sus ojos
causaba no sé cuál
daño irreparable.
Que de piedra que inamovible
que completamente duro.
“Ni los escuches, es
la envidia”, le silban en los oídos
las lenguas bífidas
de enruladas voces.
“Fue Perseo”, deduce ella,
“el que anduvo
componiendo versitos
difamadores. Seguro seguro
se quedó
caliente conmigo la otra vez
que vino con su espadita
y no le di bola.”
DESENGUALICHADA
“Gualicho pal amor necesito, doña”,
le está diciendo la pibita
que se le entró en la casa
a las dos
de la mañana.
“Pero nena ahora no”, le ha dicho ella
manoteando entre los restos
de pesadillas propias y ajenas.
“Que sí, doñita, que ahora
que es urgente,
que el Gumercindo se me quiere
piantar con la fulana
y yo no quiero, madrecita,
dejarlo
ir.
Porque si lo dejo ir, doña, doñita,
¿a quién voy a esperar todas las noches?
¿con quién voy a dormir y a despertar?
¿a quién le voy
a preparar el desayuno?
¿y la comida de las doce? ¿y la cena?
¿La ropa de quién voy a lavar?
¿Y los zapatos?
¿Voy a lustrar acaso mis zapatos,
doñita linda, si el Gumercindo
se va de casa con la otra?”
La vieja la miró ya sin lagañas
y puso
el mate en la mesa y la pava
en la hornalla que apenas
calentaba
de poquito poquito
que había de gas.
“¿Qué me dijiste que necesitabas?”,
preguntó al rato
como para estar bien segura.
“¿Pan con manteca y mermelada?”,
dijo la otra
sorbiendo la bombilla con fruicción.
LAS MUÑECAS
Tenía cuarenta y seis años
y la pieza llena
de muñecas de trapo.
Cuerpos blandos y coloridos
que remedaban apenas
un cuerpo de mujer:
La primera, la rosadita,
la monstruosa, la freak,
la regalada, la apelmazada
la negra la de rulos la despeinada
la peluda la pelada
la de los ojos
como botones.
La que era igual a otra
que no sobrevivió.
ERA RUBIA Y SUS OJOS CELESTES
La pulpera de Santa Lucía estaba muerta.
El cantor mazorquero le cantaba
pero ella estaba muerta.
Las guitarras del barrio lloraban
porque ella estaba muerta.
Los jazmines morían de celos
aunque ella estuviera muerta.
La reja, las diamelas, las tropas de Rosas,
todos sin enterarse
de que ella estaba muerta.
Ni el payador se avivó
y el boludo preguntaba:
“¿Dónde estás con tus ojos celestes,
oh pulpera que no fuiste mía?”
Claro que mi viejo
nunca me cantó esa parte
porque yo también tenía
la marca de la huida incomprensible
en el pelo de sol y los ojos
aguados.
JUANA Y LAS VOCES
Juana escucha voces.
El llamado de Dios, les dice ella
para que los jodidos tipos
no la traten de loca
o de bruja
y la tiren, todavía,
en alguna quema.
“Dale, Juana, ponete media pila.
Mové el culo, Juana, que estos forros
no saben hacer nada. Juanita,
que vos
con armadura, moto o escobillón
te llevás el mundo por delante.
Deciles
que les vas a conquistar Francia,
hablales
del poder y la Iglesia
de tu inocencia y el sagrado
matrimonio.
Deciles
que te mando yo, mamaza, deciles
y dale padelante:
golpe de lanza, patada voladora,
piquete de ojo o gas pimienta.
Vos dale con lo que tengas
que no te importe
si te gritan yegua malparida
tortillera puta marimacho
calienta pijas vientre estéril
frígida comehombres enfebrecida endemoniada
menopáusica menstruante ciclotímica
inestable afeminada poco
femenina.
Que te la chupen, Juana, y después
me la contás.”
LA MUJER DE BARBA AZUL
Nadie recuerda tu nombre.
No sos
Blancanieves ni Cenicienta y las nenas
no se compran tu disfraz en el shoping.
Tu título matrimonial
y tu curiosidad malsana
aleccionan a las jovencitas
sobre qué es un marido
y qué es
desobedecer.
Cuando el hacha
está preparada sobre tu cabeza
te ponés a rezar, reza que te reza,
para pedir perdón:
por la sangre de las hermanas muertas,
por la repetición
de lo que nadie vengará,
por las voces silenciadas
que solamente escuchaste
vos.
La mancha sobre la llave es imborrable.
A veces los hermanos varones
no llegan a tiempo
solo porque tienen
apagado el celular.
A veces las muertas en el cuartito del fondo
son más de siete y siguen
sin aprender las lecciones.
LA BAILARINA A CUERDA
¿Dónde estará
mi cajita de música?
¿Quién rompió el espejo y dejó
de darle cuerda a
la bailarina?
Todas hemos tenido
una de esas.
Y la hemos perdido.
¿Dónde van las bailarinas a cuerda
cuando dejan de girar
sobre su propio eje
una vez que una ha multiplicado
por tres sus quince años?
LA DE LA CAPELINA
La chica de la capelina
la que sale en las fotos de verano
en la mejor playa del mundo
para venderle a otras
su ropa
su pelo
su cintura
su
felicidad,
¿tiró la capelina después de la foto?
¿Cerró los labios apenas entreabiertos
cuando se apagó el flash? ¿O
los abrió mejor para decir algo?
¿Habrá hoy en día engordado
cuatro o cinco kilos? No,
ella
nunca engorda.
¿Habrá olvidado depilarse o hacerse
la manicura?
¿Habrá dejado que su pelo
creciera más allá
del planchado y la capelina?
Se habrá muerto y lo que vemos
en la revista satinada
es la luz que tarda siglos en llegarnos
desde la estrella que ya
se apagó.
EL POEMA SOÑADO
Soñé que escribía un poema
extenso muy extenso
sobre una mujer.
No me acuerdo si era
la loca de los gatos,
la chica de las zapatillas rojas,
la que vende
chipá en el tren.
Era un desfile, el poema
de vida enorme y pequeña.
No estoy pudiendo
Escribirlo despierta.
EN BIBICLETA
La que anda en bicicleta
tiene el pelo atado
como cola de caballo y pedalea
como si estuviera
sincronizada con el viento.
Parece que planeara bajo
como los benteveos
cuando entran y salen
del agua con un pescadito
en el pico.
Su pollera floreada
es un pedazo de campo
que se llevó pegado
cuando cruzó por la calle de tierra
y la canción que canta
se queda a veces
colgada de alguna rama
de jacarandá.
LA QUE
La que no quiere ser diferente
cree que puede
copiar las conductas adecuadas
de sus mejores amigas:
decirle que sí al marido,
revolver la sopa a tiempo,
evitar que el hijo
le salga jipi.
Ella estudia atentamente
los pequeños mecanismos
que sostienen el pacto ancestral que diferencia
a la buena mujer
de la conchuda
real.
A LA QUE
Le canto a la que se enamoró
del plebeyo del campesino
del pobre del desclasado
del negro del villero
del que no era
gente como una.
Le canto a la que tuvo
que enfrentarse sola
a sus padres y hermanos
para armarse otra familia
otro domicilio
otra
identidad.
Elevo mi canción a la desheredada.
A la que siendo princesa
se enamoró del burro,
la que soportó toda la vida
que sus amigos le dijeran:
“¿Y qué le viste a ése?”
Muchas historias
(además de mi canto)
celebran el perverso
placer por lo desconocido
que la unió para siempre a la belleza
del hombre al que dicen que en nada
se parecía.
LA PATITA FEA
La patita fea no siempre
encuentra a su familia cisne.
Lo peor de todo sería
que ella hubiese leído
todo el cuento y confiara
en el repetido
final feliz.
Mientras envejece y los padres biológicos
no llegan
ha tenido hijos con el cerdo
y se va de joda con las gallinas
y el burro rengo.
EL AMOR Y EL MARIDO
Conozco a una mina
que le dice al marido
que se la fuma desde hace
veinte años:
“Si me viene a buscar
mi amado imposible,
si ese que nunca me quiso un día
me mira,
yo dejo todo
y me voy con él.”
Solamente ella se lo cree.
Se ve a sí misma como
heroína sacrificada
en el altar conyugal.
Se imagina corriendo por la playa
con el cabello al viento
hacia los brazos del distante
sin pensar en el buen sueldo,
las vacaciones fuera del país,
los domingos en lo de los suegros,
lo que dirán las vecinas,
el tiempo que resta para disfrutar de la jubilación y/o pensión por viudez
de parte del repetitivo
compañero legal.
LA CASA DE MIS SUEÑOS
Anoche volví a la casa
donde nunca viví.
Soy como la chica del cuento
que llega a la casa embrujada y allí se entera
por boca del mayordomo:
“El fantasma es usté”.
Anoche vi el portón que se parece
al de la vecindad del Chavo del 8.
Crucé los pasillos
que sé y no sé
a dónde me llevan.
Anoche no atravesé las paredes
pero supe
que detrás de las ventanas
comían familias
que tal vez deseaban
verme llegar.
Anoche supe
que al fondo de todo,
luego de cruzar un patio y la cocina,
hay un comedor que parece
una pecera de vidrios color caramelo
y tiene
agua para que yo nade
cuando sea pez.
MI MAMÁ Y EL VOLQUETE
Mi vieja le decía a mi hijo
que si se portaba mal
lo iba a dejar
en un volquete.
El nene no le creía una chota
a la abuela que no sabía
hacer con él otra cosa
que cambiar a la solapa de su infancia entrerriana
y al hombre de la bolsa de la mía
por el artefacto más moderno
de las esquinas suburbanas.
Mi hija, en cambio,
dos años mayor que el hermano,
lloraba porque confiaba
en la madre de su madre
y temía por el destino
del bebé rebelde.
Pienso que hay mujeres que no saben
lo que hacen con su poder.
LAS FORRAS NO
Creo que ella
tiene miedo de que yo
tenga ganas de cogermelá.
“No te hagas es corte de pelo
que dá muy torta”, me dice.
“Yo te quiero”, acepta,
“como amiga”,
aclara.
Para que se tranquilice ya le dije
que las casadas no me atraen
y las forras,
mucho menos.
LOS BARCOS Y LOS GLOBOS
¿Todos los barcos tienen ancla?
¿Todos los que navegan tienen miedo
de andar a la deriva?
¿Todas las corrientes de agua arrastran a los que flotan
hacia lugares indeseados?
En mi cuello siento el peso
de mi ancla personal
pero yo
de lo que tengo miedo
es de salirme volando por la ventana
como los globos que pierden
al nene que llevaban
de la mano.
MIS SERIES PREFERIDAS
Veo muchas a la vez.
Mezclo capítulos de unas y de otras.
Confundo
las historias y las temporadas.
Me gusta saber que hay
muchos universos disponibles para ser habitados
por mí durante los próximos
cuarenta minutos.
A la fecha,
mis dos preferidas son:
Primero:
La que tiene como protagonistas a nueve
o diez minas que nacieron
de una misma clonación. (Ver
a la misma actriz en tantos papeles
me da un vértigo
indescriptible)
Segundo:
La que narra las historias de ocho
desconocidos que se conectan de una punta
a la otra del globo
a través de lo que la wiki llama
“resonancia limbinal”.
Somos muches, me digo.
Y estamos conectades.
LA HIJA NATURAL
Mi madre acaba de morir.
El que decía ser mi padre
ha llorado un momento junto al cajón
y luego ha desaparecido más allá
de los yerbatales.
El otro, el mandamás,
ha discutido con sus hermanas
sobre mi destino:
tengo nueve años y debo entrar al convento,
me darán
la educación de una señorita,
a mí que lloro
por la sirvientita recién muerta.
Me enseñarán piano y francés,
seré maestra normal,
me casaré
con un hombre rubio
que trabaja en el ferrocarril.
No un peón moreno como yo sino
un hijo de italianos,
de ojos azules y de profesión agrimensor.
Un hombre que viene de pueblo en pueblo
construyendo vías y duerme detrás
del cartel que dice “Jefe”.
Tendré dos hijas y un hijo,
tendré nietas y nietos,
me mudaré a Buenos Aires y jamás
hablaré de este momento.
Me olvidaré
de esta madre cuyo cuerpo
ya se enfría.
Trataré
de ocultar para siempre
el sello en mi documento de identidad:
“Hija natural”.
Muchos años después de haber yo muerto
en la cama matrimonial de un departamento de cuatro ambientes
en un octavo piso del barrio de Palermo
alguna de mis descendientes sentirá curiosidad
por esa marca vergonzante.
Nadie
nadie
quedará vivo
para contarle
la verdad.
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