Encender el fuego
No es una tarea puntual. Requiere
acumulación de materiales, limpieza
del espacio, aire, soplo, llama.
Descubrirlo me llevó
50 inviernos. Una salamandra
llegó a mi comedor para decirme
la necesidad de rejuntar palitos, hojitas
durante todo el año.
Odio el invierno, decía
yo cuando era chica.
Sólo me gustan
las bufandas y el chocolate,
decía yo cuando era joven.
Ahora
voy por la vereda en pleno noviembre
levantando, embolsando
cascaritas de jacarandá, ramitas
de fresco, pelitos
de palmera.
Tengo un leñero especial (debajo de la biblioteca)
para los troncos de pino y de quebracho,
un canasto para los cartones, otro
para las hojas de níspero
tan ardidoras. Los papeles
viejos, los envoltorios de colores
se acumulan contra la pared, colecciones
de próximas chispas.
Pienso en una de mis vocaciones iniciales:
Ser la vieja de los cuentos
que camina por el bosque
con un atado de leña sobre
las espaldas encorvadas.
Pienso
en la fábula estúpida y dicotómica de la cigarra y la hormiga
mientras acumulo cantando.
Paula Irupé Salmoiraghi
Para Vasalissa Encuadernación
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