Daiana Henderson, Sin título (Irse, 2018)
Lu, esa noche que estábamos
en un patio interno de baldosas
rodeadas de ventanales y ese techo:
la masa compacta de nubes
a punto de desprenderse, trac,
como escarcha de freezer.
Con los cachetes del culo marcados
por la chapa perforada sobre la que nos sentamos,
no hubo palabras sonoramente enfatizadas, ni
arrepentimientos que se hacen voz en la consciencia del tiempo, ni
grandes ideas o frases de notoria elocuencia o definiciones
de experiencias particulares que pueden
universalizarse en el cerebro del otro.
No hubo nada, diría alguien, pero al pasar dijiste
algo sobre la falta de cotidianeidad
y de cómo nos llevaba hacia una vida ficticia.
Eso me impactó, pero no me daría cuenta
hasta días más tarde. Como siempre
unos temas derivaron en otros
sin absoluta coherencia o continuidad.
La última vez –dije– que estuve
en este patio… y una irrupción:
vos sabés que yo soy muy… muy… y no salió nada,
pero cuando iba a ponerle encima
un parche sintáctico cualquiera
vos me hiciste un gesto como diciendo te espero
y tras unos segundos de rotar
ese caramelo sobre el paladar paradigmático, salió:
propensa
propensa
soy muy
propensa a ver estrellas fugaces
y la gente se enoja mucho
cuando ves una estrella fugaz y ellos no.
Hubo relatos ejemplificadores, hubo risa
y después nos quedamos calladas
pero antes o después, o en algún momento
vos ibas a decir eso casi sin notarlo,
como un muchas gracias,
lo de la ficción,
y no sé si antes o después o todo el tiempo
estuvimos calladas observando
y siendo observadas por
ese cielo hecho pedazos y si pudiera
hacer pasar esa noche
una estrella fugaz sobre nosotras
te juro que lo haría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario