Balam Rodrigo, Libro centroamericano de los muertos
Introducción de Carolina Mauriello
Balam Rodrigo nace en 1974 en México, en Villa Comaltitlán, a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala. Su nombre, Balam, en lengua maya mochó, significa “jaguar” y procede del Popol Vuh, el gran libro cosmogónico del estado de Chiapas, la recopilación de mitos y leyendas de los varios grupos étnicos que habitaron la tierra Quiché. Licenciado en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, empieza su carrera como poeta después de haber cumplido treinta años: desde el principio de su carrera se demuestra un escritor ecléctico, su búsqueda estética es libre y crea una poética abierta, no canónica, en la que confluyen, además, las tradiciones mexicanas. Escribe poesía en prosa, visual, rica en elementos científicos y teológicos, y experimental, derivada de sus investigaciones personales e inspirada, en un primer momento, también en los collages del artista plástico estadounidense Joseph Cornell.
La poesía de Balam Rodrigo forma parte del panorama literario centroamericano y, más concretamente, de la tradición de la literatura documental y de la poesía testimonial. No por casualidad, autores que reivindican a través de la poesía la lucha contra los poderes ilegítimos, las iniquidades y las prepotencias cometidas por el estado, como Bañuelos, Óscar Oliva y Roberto López Moreno han influido en sus escritos.
En 2018, Balam Rodrigo publica el Libro centroamericano de los muertos, segundo de una trilogía, gracias al cual gana el “Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes”. En esas páginas propone una colección testimonial de poemas de carácter social con el objetivo de dar voz a los migrantes centroamericanos, tanto a los que fallecieron sin nombre como a los que, por algún tiempo, vivieron en casa de sus padres. Cada poema está dedicado a la historia de una persona diferente. Por tanto, en la obra aborda el fenómeno de la migración centroamericana dando sentido a las vidas de los migrantes, en un estilo intertextual evidente en los entrelazamientos de la poesía con la crónica y la autobiografía. La voz poética de Balam Rodrigo es transparente: su palabra se condensa, se vuelve clara y encuentra un tono fuerte y expresivo. La colección se abre con una sección dedicada a Guatemala, y luego continúa con secciones dedicadas a San Salvador, Honduras, Nicaragua y México.
El primer poema, aquí disponible, cuenta la historia de un migrante guatemalteco muerto sin indentidad mientras intentaba cruzar México para llegar a Estados Unidos, y contiene una referencia implícita a dos textos que influyeron en la construcción de la obra: Pedro Páramo de Juan Rulfo y el Popol Vuh. En concreto, el íncipit es una clara referencia al preámbulo del Popol Vuh que dice: “Este es el principio de las antiguas historias de este lugar llamado Quiché” y el séptimo verso recupera el comienzo de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre”.
Los poemas de Balam Rodrigo se reproducen aquí con el amable permiso del autor.
Traducción al español de la introducción de Ilaria Quattrociocchi.
14°40’35.5”N 92°08’50.4”W - (SUCHIATE, CHIAPAS)
Este es el origen de la reciente historia de un lugar llamado México.
Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua
y la muerte nueva, el origen del horror,
el origen del holocausto, el origen de todo lo
acontecido a los pueblos de Centroamérica,
naciones de la gente que migra.
Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre
en su camino hacia Estados Unidos,
sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto.
Bajé de los Cuchumatanes, desde los bosques
de azules hojas de la nación Quiché,
desde la casa en donde habitan la niebla y los quetzales
hasta llegar, cerca de Ayutla, a la orilla del río Suchiate.
Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea,
la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”
mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm,
su huracán de violaciones y navajas
que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados
por un gobierno que alumbra el camino de sus genocidas
con antorchas de sangre y leyes de mierda.
Hui del penetrante olor a odio y podredumbre;
caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo
para curarme los huesos y el hambre.
Nunca llegué.
Dos machetazos me dieron en el cuerpo
para quitarme la plata y las mazorcas del morral:
el primero derramó mis últimas palabras en quiché;
el segundo me dejó completamente seco,
porque a mi corazón lo habían quemado los kaibiles
junto a los cuerpos de mi familia.
Dicen algunos que en la ribera de este río
se aparece un fantasma, pero yo sé que soy,
que he sido y seré, el unigénito de los muertos,
guardián de mi propia sombra, negro relámpago de mi pueblo,
bulto ahogado en esta poza en donde inicia Xibalbá.
Dos fichas de cerveza Gallo pusieron en mis ojos:
todos los días veo cruzar por estas aguas a los barqueros de la muerte,
a los comerciantes del dolor que llevan en sus canoas de tablas
y cámaras de llanta las almas de los migrantes
enfiladas puntualmente hacia el tzompantli llamado México.
Dicen polleros y coyotes que ven mi fantasma en la ribera,
por eso se santiguan y rezan al cruzar las aguas rotas
de este espejo seco en el que escriben su nombre
con el filo estéril de las hachas votivas.
Todos los días veo pasar a las hileras de muertos,
a los que migran sin llegar a Estados Unidos:
parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,
barro entre los insomnes dedos de Dios.
Yo, primogénito de los migrantes muertos,
los recibo con un racimo de filosos machetes
en lugar de brazos, iluminado por la cara oculta
de esta luna leprosa:
bienvenidos al cementerio más grande de Centroamérica,
fosa común donde se pudre el cadáver del mundo.
Bienvenidos al abierto culo del infierno.
©Balam Rodrigo, Todos los derechos reservados, 2018
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