EL MONSTRUO DE PUERTO MELENA
PAULA IRUPÉ SALMOIRAGHI
Ahí está la que tiene
los pies agarrados al fondo del río.
Intenta salir a veces y se arrastra
para trepar las barrancas.
Deja tras de sí pequeños montículos
de materia amarronada:
piel, excrementos, sillas rotas,
hojas muertas,
piñas pintadas de dorado,
espinas falsas de rosas de plástico,
abanicos de pinochas, palabras
muertas,
gritos ahogados, sogas, anclas, marineros
de agua dulce, tablones
podridos, tablitas
de asado,
el ruedo
de un vestido blanco.
Nunca logra ir muy lejos.
Pero no le importa. El lecho
del río es enorme y está bien
para ella.
Solamente intenta
salir por curiosidad, le gusta
su condición anfibia
e inexplicable. Se alimenta
con historias escuchadas en la orilla,
cuentos
de sirenas sin cabellera,
madres lloronas y otros
monstruos atormentados.
No despegarse del río no es
del todo malo.
Acarrear
un cuerpo indefinido y múltiple
no es la muerte de nadie.
¿Qué importa que no alcancen las palabras
cuando ninguna
definición lingüística nos conformaría?
¿Qué importa que no haya
retrato posible de nosotras
si nadie creería en nuestra existencia
aunque se le mostraran quinientas
fotos panorámicas?
No está mal la humedad que resuma y rebrota
ni la confusión
de todos los elementos.
Nadie se queja por el pelo sucio
y las uñas
sin pintar.
Y a fin de cuentas:
¿Qué importa que te vayas
si ha quedado tanto tuyo
acá enredado
entre los camalotes?
Siempre habrá quien lance
palitos al agua, botellas con mensajes, mugre,
secretos vergonzosos y ratas muertas.
Siempre habrá un cartel
tembloroso
que advierta a los incautos y nos dé consistencia:
“Aguas peligrosas” y tu miedo
seguro de encontrar
algo algo algo
en el barro.
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