La aguja
Svetlana Makarovic, de Mujer Ajenjo
Camina
camina la aguja silenciosa
ligera,
con pasos minúsculos de acá para allá,
cose
con apenas visible hilo
uno
con el otro.
Que
siga cosiendo, que siga cosiendo
a
mí con vos, a vos con él,
cuanto
más densa es la costura,
menos
palabras pronuncio.
Pincha,
tira, tensa
delgado,
filoso, hilo ardiente,
cuando
te das cuenta, ya es demasiado tarde,
con
mil puntadas estás cosido.
Garganta
con garganta, la tuya con la mía,
cada
vez más denso, cada vez más fuerza,
la
piel se injerta en otra piel,
cada
vez más apretado, cada vez más cálido.
Junta
las mejillas, las espaldas,
los
pechos, los miembros sudados,
ya
siento tu aliento de odio,
ya
no podés apartarte de mí.
Qué
es mío, qué es tuyo,
apuntás
con la piedra entre mis ojos –
la
aguja se apura, pincha la palma,
que
se afloja y la deja caer.
Lo
que fue anudado,
no
se puede desatar
y
lo que fue arrugado,
nunca
más se alisa.
A
uno se le corta el aliento
y
presiente y reconoce.
El
camino se revela solo.
Es
un camino para uno solo.
Se
estremece con fuerza, se lanza,
arranca
la piel de los huesos,
se
levanta entre los harapos del cuerpo
y
se pierde en la oscuridad.
Allá
en lo desconocido. Allá en lo alto.
Fue
y es y será.
Allá
en lo infinito. Allá único.
Esa
estrella sobre la montaña.
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