martes, 15 de septiembre de 2020

Cuando se arrojan las piernas como serpentinas al cielo en un primer instinto de supervivencia

 Florencia Defelippe


Bombuchas


Trepo el tiempo
como una tarántula
la casa, el barro
tantas cosas detrás.
Las hamacas, los postes de luz
el sauce cortado
el ruido a bombuchas
la palabra c a r n a v a l...
Miro por fracciones
algunas fotos
idealizando muertos.
Lo que no está se vuelve sublime
y lo que está,
                    se pudre.


Nunca supe cómo cruzar el terreno baldío

Nunca supe cómo cruzar el terreno baldío
ni atravesar en skate las calles de tierra
ni hacer chistes visionarios y precisos
pero me trepaba a los árboles
y a los postes de luz 
con la habilidad de un chimpancé. 
Podía ver, entonces, la proyección diminuta de:

la casa los primos el lomo de un perro

el viento allá arriba era otro y el silencio
me pertenecía como 
pocas cosas pueden pertenecer en la vida.

Después estaba el vértigo, y ese mareo
de hamacas 
cuando se arrojan las piernas 
como serpentinas al cielo
en un primer instinto de supervivencia.



Más que objetos que desaparecen en el aire

Estoy cansada y quiero un café
O algo que me fuerce a resistir.

Empiezo un cuaderno escribiendo 
este poema y
ya no importa el tamaño de las cosas
ni los límites
que las desbordan.

Ahora
que las hojas se derrumban
y su perfume entra en el viento que las agita
entiendo que no pertenezco a este lugar
ni a ningún otro 
que me despida amablemente. 

Cuando era chica miraba
por la ventanilla el reflejo
de los árboles deformarse 
hasta perderse para siempre


Un auto dobla la esquina y
por la ventana vuela la mano sola
de un niño 
que no puede acariciar más que objetos 
que desaparecen en el aire.


La orilla

Se disuelve la resaca de los días 
a  la luz del sol 
duplicada en el oleaje.
Arriba, en el puente, los rayos, las bicicletas,
sus cortes limpios y su proyección 
en el agua iluminada.
  
Un pez irrumpe el reflejo:
lleva a Urano en su ojo izquierdo,
el planeta que habito.
La imagen devuelve 
una versión distorsionada de nosotros, donde 
yo soy el pez
y viceversa.

Del otro lado de la orilla hay libros, amigos,
gente que conocí ayer y que ahora
se desenvuelve con temeraria hermandad.
No entienden que mi cuerpo quedó ahí,
en un planeta lejano, el ojo grisáceo de un pez
y puedo volver al sol y a su luz cálida 
como un niño débil y enfermo
que ha dejado escapar
su única idea posible del mundo. 


Flor Defelippe

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