martes, 8 de septiembre de 2020

Aprendí a dejar las luces encendidas

 

2 poemas de Brenda Ríos

 

LA LUZ

cuando padre murió
aprendí a dejar las luces encendidas
de cada cuarto
aun si no fuera a entrar por horas
dejé de cuidar el dinero
y lo tiraba por ahí en objetos innecesarios
son tan bellos
justo esos
los que no sirven de nada
una alfombra de piel de conejo cuesta una fortuna
juegos de sábanas estampadas
toallas finas
porcelana azul y blanco, detalles dorados
cubiertos de acero inoxidable con mangos de madera:
una delicia
un frutero de cristal sólido
cosas
muchas cosas
llené la casa de cosas que nunca habría aprobado padre
tan austero
cerrado en gesto mitad asombro mitad rictus
de niño no aprendió a sonreir
decir gracias
no lo tocaron mucho, sus padres
su mayor gesticulación del amor
era poner su mano de basquetbolista en la cabeza
él creía que con eso decía todo
pero no

la casa es, pues, la más iluminada de la cuadra
se ve a lo lejos
como un rostro encendido de rubor
un sol naciente
un túnel de conexión en el aeropuerto
una sala de hospital vamos
donde nada puede ser colocado a oscuras
ni los cuerpos
ni los bisturís
ni esas madrecitas rezando en la sala de espera

en un hospital uno encuentra a Dios
en esas máquinas de café malo y triste pero hirviente
uno encuentra a Dios
en los dobles turnos de enfermeras alimentadas de carbohidratos y grasas
ay
hay granjas de cerdos mejor nutridas que ellas
sus ojos
necesitan toda la luz posible
y yo se las envío
desde la sala de mi casa
desde mi cocina
desde el cuarto solo al final del pasillo
desde todos los rincones con focos
les mando esta luz auténtica, luz de whats
de presencias amarilloblancuzcas
les mando esta luz con el amor invisible
de lo que no se dice
de los objetos
de las palabras
para llenar sus ojos a toda hora, día o noche,
en el mayor cansancio,
que tengan luz esas pobres mujeres
que reciben cuerpos destinados a morir
y ellas ahí, técnicas, limpias,
eficientes;
les mando esta luz de vida
luz artificial
como el tiempo en que nos toca estar
dispuestos
mirando los objetos más dóciles e inútiles
mirando con la capacidad de ver
nunca es tarde para decir gracias
qué tiempo hace, ¿no cree?
deberíamos considerar mudarnos a otra parte
pero -sabe? uno es animal de pocos hábitos
y uno es animal fiel
una estampa pegada en el álbum de fotos
si nos despegan queda la marca añeja del adhesivo
donde estaba nuestro rostro

 

 

COSAS QUE HIERVEN

no tuve hijos
tampoco duré más de cuatro meses en un empleo;
cansancio por lo mecánico
justificaba.
lo de los hijos parecía algo así:
el acto de cuidar no es para todos
y hay que cuidar por mucho tiempo
aun si uno tiene hambre o sueño
hay que cuidar

me senté en la arena hirviente a mirar el mar
eso hice. eso hice mucho, mucho tiempo.
al caer la tarde llegaba a casa y listo,
tomaba un café hirviente
un sandwich plano
y miraba algo en la tele antes de dormir.

la vida pasa, me decían.
mientras sudaba a mares mirando el mar
agua que regresa ahí mismo
perdía peso mirando el mar
el calor es un hijo propio

las barcas de los pescadores están a unos 300 metros
de la orilla y ellos también contemplan el mar
esperan
y con esa espera llegará el alimento

días, noches, días, noches
hermosas y repetitivas
como rutinas de oficina

incluso hay sombras de ojos que asemejan el color del mar
o de una alberca
colores para labios como puestas de sol rojizas
eso lo saben las secretarias, aun las de nuevo ingreso:
traen un mar en la cara, una puesta de sol tímida:
sirenas sonrientes, conocedoras de atajos administrativos
sonríen, sonríen, mastican con la boca abierta
así, hasta que se jubilan,
y se irán a pasar su tiempo de abuelas
limpias de la cara
en casa, haciendo los complicados guisos que el trabajo no les permitía hacer;

miro el mar y él me mira de vuelta
podemos estar así horas
nos gustamos, nos caemos bien
no tenemos que hablar
sólo vernos
comprender que su cuerpo está ahí hecho de agua
justo, cierto, extenso, como el mío
y ambos hervimos, como agua para té,
a punto de hacer explotar la tapa de la olla.

 

del libro La luz artificial de las cosas, próxima aparición.

 

 

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Brenda Ríos (Acapulco, Gro, México, 1975). Escritora y tallerista. Es autora de nueve libros de poesía, crónica y ensayo.  Ha recibido el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo y el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Es miembro de PEN México y colaboradora de la revista Casa del Tiempo. Entre sus libros más recientes están: Aspiraciones de la clase media (España, 2018); Cubo de Rubik, (México, 2018); La sexta casa (México, 2018).

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