Ladera de las cosas vivas
TODO ES PERFECTO si lo miras de golpe,
en un solo vistazo. Perfecto. Con esa perfección
de las cosas silentes. Recto como la vía del tren;
la simetría entre tus ojos recortando la neblina
y ella misma; o aquel paralelo
entre el vocablo “azul” e “inmaculada transparencia”.
Todo así, lineal, o con volumen de esfera. Perfecto
acuerdo entre memoria y ojo. Felicidad de los juncos y el bañista
en el paisaje. Hasta que te detienes
y observas.
en un solo vistazo. Perfecto. Con esa perfección
de las cosas silentes. Recto como la vía del tren;
la simetría entre tus ojos recortando la neblina
y ella misma; o aquel paralelo
entre el vocablo “azul” e “inmaculada transparencia”.
Todo así, lineal, o con volumen de esfera. Perfecto
acuerdo entre memoria y ojo. Felicidad de los juncos y el bañista
en el paisaje. Hasta que te detienes
y observas.
Malva Flores, Ladera de las cosas vivas. México: Conaculta, 1997. (Práctica Mortal)
EL SOL EN SU CENIT y el cántaro sin agua. Parpadea su imagen como todo en verano y se abrasan los cuerpos buscando el rastro de su sombra. Porque todo en verano es mediodía todo lo que es oasis es engaño. Pero lo real cae como filo: vertical es la luz y la palabra es tajo. ESAS COSAS DEL FUEGO tan solícitas reposan mientras no las llamas. Son timbales que esperan; así es su luz: disponibilidad. Reunidas junto a ti, videntes beben de tu ceguera. Omniscientes esperan al margen de lo que miras tú como si fuera cierto. Es materia inflamable la que mira detrás y camina contigo, hasta que tú la llamas. De las cosas del fuego, toma el fuego. que estallen sus timbales de luz a la voz del ensalmo, en la danza llameante de las velas. En la vereda, cosas del fuego bailando, sacudiendo el letargo: floración invocada y acaso boomerang. Originales y prístinas, observando por ti, partiendo de tu voz hacia delante —desbrozando el camino aun en su regreso. LA SENCILLEZ DEL AGUA en el estanque: Monet y los nenúfares ufanos, como líquidos faunos; animales bebiendo en la siesta dorada o el cántaro rompiéndose, abismo de Narciso. ¿El mar o los sargazos? La sencillez del mar para Virginia (Wolf) y las gaviotas. El océando de Ulises —que no regresa nunca-- y aquel coro letal de las sirenas, cantando a ritmo de sal. ¿El mar o los sargazos? La pérdida, el azoro. La sencillez del río, aunque jamás tomemos baño en aguas similares. Piedra lisa en el amor del río; la muchacha desnuda de sus trenzas, silbando. Bautismo, ablución, o nacimiento: el agua donde mojas el pie. LA FORMA, la tibieza: arena donde pisas. Marzo, marzo. desfilando el color y las formas, ordenamiento de las cosas inocuas: incluso el cuerpo, si los ojos vendados. Allí volvemos, marzo, apretando los párpados, invocando la hora, el nombre, la palabra. y no ha cambiado nada. Permanece el deseo aroma y floración. No querríamos saber y volveríamos ciegos, de todo renunciados; con esa sencillez de la música inundando la tarde, dispersándola. La forma, la tibieza de las manos para advertir el braille secreto en cada rostro, la charla en el perfil silencioso, vibrando en su mutismo. No querríamos saber mas volveremos mudos, sordos, con sólo el cuerpo domesticando la palabra que indaga, abatiendo los ojos que siempre buscan hacia fuera. Sólo con boca y manos tendiendo un puente hacia el orden reunido. Sin otra exigencia que el abrazo sonámbulo; en medio de la luz pero cegados. Al abandono del taco, del aroma, las cosas como son, la forma, la tibieza. Sólo entonces abriremos los ojos y escucharemos. Cuando memoria y razón y su palabra se confundan, desaparezcan bajo tu claridad sonora, marzo. Ladera de las cosas vivas. Un aura perceptible apenas por el vaho de su movimiento. El roce del olfato con un perfume en tránsito hacia dónde. Aquella extranjería de siempre el artificio de mirar o el amplio espacio tras el sonido de las voces. De una a otra, tantas. De paso, volando, desasidas. Peso de pluma, ladera. Ese roce. |
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