Mircea Cărtărescu, antes que el magistral narrador que conocemos ahora, fue un joven poeta. Miembro del selecto grupo de escritores rebeldes conocido como «la generación de los blue jeans», la poesía significaba para él una forma especial de ver las cosas. Un insecto, un puente o una ecuación matemática; una frase de Platón o un principio de biología; una sonrisa o un kōan del budismo zen: todo era poesía. Cărtărescu escribió cientos de poemas durante su juventud. «Devorábamos pan con poesía. Nuestro mundo era el dolor, pero también era la belleza. Y todo aquello que es bello e ideal es poesía.» Pero llegó un día, cuando tenía alrededor de treinta años, en el que decidió que no volvería a escribir ni un verso más en su vida. Sin embargo, Cărtărescu nunca dejó de ser poeta, y su legado permanece.
Se reúnen en este volumen, por primera vez en castellano, elegidos personalmente por el autor, los poemas selectos de Mircea Cărtărescu, en edición y traducción de Marian Ochoa de Eribe y Eta Htrubaru.
Zenda reproduce a continuación una selección de estos poemas incluidos en Poesía esencial de Mircea Cărtărescu.
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ELEGÍA. SEGÚN CATULO
vendrá la muerte. los tallos ennegrecerán.
las fotografías conservarán una respiración negra.
las aguas se extenderán sobre los cuerpos de los insectos.
el segundero del reloj se retorcerá como una uña
sobre el pezón.
ojo de cristal, qué harás sin un lugar
para hacer el amor, porque solo las piedras
dejarán que las nubes se hinchen y estallen
en sudor negro sobre un rostro callado.
nos dispersaremos, amor, en la oscuridad del manómetro
y de la ballesta de aluminio, en un estrato donde los peces
abren su boca sedienta hacia el agua remachada
con pernos y viento.
reiremos en negro entre los dedos llenos de labios
cuando nos arranquen la aguja y la piel de las mejillas
y amarnos no podremos, separados
por la manta de barrotes. ¿qué haremos
allí en el aliento de los carburadores de acetileno
bajo una sangre oscurecida
por los reflectores negros de los fósiles?
las fotografías abrirán con lentitud los pétalos
al viento que esparce en los raíles del tranvía
nieve y órganos desperdigados
SE ACABÓ EL AMOR…
80-81, un invierno miserable
un engrudo de cafés, mecheros, «dire straits», cenáculos, vasos
y por la noche una ciénaga de gelatina dolorosa: rostros, muslos y
cháchara
y a veces un vistazo por la ventana, al tráfico que avanza despacio por
la nieve.
¡pero ya está aquí el sol! ¿será que la primavera nos ha comprendido?
brillan los cristales del mercado de bucur obor, y la calle colentina es
amarilla
el asfalto apesta más seductor que nunca a renacuajos, hay arcoíris en
la gasolina,
hay sardinas albanesas en aceite, y mujeres y estudiantes
contemplan con desprecio el escaparate de la ferretería.
más arriba los árboles han brotado en los patios
las señales de tráfico parecen ahora periódicos doblados
como palomas de óxido. y el poderoso sol que ilumina
tantas fábricas, torres de agua, escuelas, el cementerio…
—¿yo? participo yo también de la alegría general.
mira cómo: me he bajado del 109 una parada antes
y he echado a andar por la hierba del arcén.
los autobasculantes, los tráileres, los camiones rugían con sus cartolas
para arriba y para abajo, acarreando tubos, sacos y mortero
los tranvías se deslizaban como en un sueño…
así que me he sentado en la cuneta y he contemplado la hierba
deslumbrante.
mira, una abeja revolcándose en el polvo.
el envoltorio de un caramelo de café con leche
un escarabajo con un ala rota huye cojeando. cuántas cosas suceden
en la raíz de una brizna de hierba, estremecida
por la brisa de aire cálido que sopla desde las ventanas de la fábrica de
alambre.
un cielo azul, sol, sombras enredadas, ruido de tubos de escape
dorados raíles de tranvía, hierba verde, lombrices, escarabajos…
¿habrían deseado más Tao y Boddhisattva?
La colina ascendía suavemente con postes, casas, limusinas, carretera y
todo, ya no amaba a nadie…
al final me he levantado porque unos querían aparcar un camión
me he quedado a mirar:
—¡arrímate más!
dale, dale, dale, dale…
un poco más… más, más, más, más, más, más, más…
¡para! un poco más a la izquierda… ¡así!
dale un poco… un poco, un poco, un poco más…
¡baaasta!
¡stop!
ya está.
el sol flotaba en las alturas
UNA MOTOCICLETA APARCADA
BAJO LAS ESTRELLAS
soy una motocicleta aparcada bajo las estrellas, junto al escaparate del
taller de reparación de televisores.
sopla el aire del callejón. estoy pálida, agotada.
en la tienda han dejado una bombilla encendida, así que un par de
tubos catódicos
tiestos con esparragueras y cactus, esquineras atestadas de carcasas de
televisores, casetes AGFA y cables
brillan turbios, pueblan mi soledad.
porque me siento sola.
en mi espejo retrovisor revolotean las galaxias,
se empañan las estrellas en enjambres globulares, transmiten su
resuello todas las emisoras
y se alejan corriendo, como los criminales del lugar del delito
dejando a su paso una línea de sangre.
qué silencio. a veces me pregunto
qué significará hacer el amor. pues ellos no hablan de otra cosa. cada
sábado se montan sobre mí
y me arrastran por las carreteras. veo las colinas, las nubes, el sol
las gotas de lluvia, los árboles enredándose en el arcoíris…
ay, mis cilindros palpitan enloquecidos. entonces sí que siento que
estoy viva.
ellos entran en el motel y hacen el amor.
ellos son los Dueños y se sienten libres.
pero ¿cómo puede ser libre alguien que está hecho de células?
… y vuelta al callejón, junto a algún dacia polvoriento.
tengo sed de amor. si pudiera amar al menos a algún enchufe con
alargador de este escaparate.
deslizaría mis dedos por su piel de plástico blanco, si él quisiera
y si yo tuviera dedos. si pudiera vivir
al menos en el campo bioeléctrico del cactus…
enseguida, enseguida moriré, y no he hecho nada en este mundo, me
arrojarán a un montón de chatarra
o me romperán el faro y la bombilla fundida colgará de dos hilillos de
cobre.
he ayudado a los demás a hacer el amor toda mi vida
y yo moriré entre bobinas, imanes y cardos.
soy una motocicleta aparcada bajo las estrellas.
por la mañana volverán a montarme, harán girar mi manillar, me
embragarán
y otra vez al asfalto multicolor, entre colinas rojizas, entre montañas
azules
entre hondonadas atravesadas por ríos
sobre pasos a nivel, por cristalinas ciudades de provincia
circulando contra el viento entre las gotas de lluvia y el humo de los
tubos de escape
devorando kilómetros.
¿significará eso hacer el amor?
en cualquier caso, ese es mi consuelo, es mi oficio, es mi amor.
por ello merece la pena estar solo.
OTOÑO CON LUNA AÑOS 60
Otoño con luna
cuando llevas sobre el jersey un jamás forrado con siempre
cuando sabes que ya has amado y que volverás a amar
entre taxis irreales
Otoño con luna
cuando las cabinas telefónicas centellean
cuando sabes que nada perdura
cuando incluso los escaparates ganguean
y su voz tiembla y los juegos de porcelana se hacen añicos.
Otoño de cristal
cuando los magnetófonos se hacen añicos
cuando las batidoras de plástico palidecen
cuando la aspiradora tiene un sudor frío
cuando la caja de los destornilladores se carcajea
cuando la lavadora de ojo redondo
y el coñac de cuatro estrellas
amarillean y caen de la rama de mi mente
y el otoño de vermú se cree joven a veces…
Nosotros ya no nos querremos.
No nos alegrará ya vernos las caras, la risa.
Nosotros no nos casaremos,
no tendremos hijos
y no envejeceremos juntos.
Lo veo todo tan claro ahora.
Y nuestras vidas no serán largas
sino breves, caóticas.
Día, noche, día, noche, día, noche
agosto, diciembre, abril…
Otoño con luna
me gustaría tanto que estuviéramos ahora juntos
y mirar escaparates juntos
contar los taxis juntos
y que nos nevaran hojas amarillentas
OH, NATALIE…
Cuando era mucho más joven me enamoré de Natalie Wood
(todavía hoy pienso que de todas las actrices
ella es la que más merece mi amor)
Me pongo buena nota
por no haberme encaprichado de B.B. o, válgame Dios, de Marilyn,
no me sucedió algo tan vergonzoso.
Pero Natalie Wood es muy respetable.
Yo amaba a Natalie Wood,
por las tardes paseábamos por Tunari-Dorobanţi-Dionisie Lupu,
la abrazaba por el hombro y ella se abrazaba a mi cintura
sobre todo en otoño era realmente bonito.
No le importaba que yo llevara el uniforme del liceo.
«Mircea, me decía, Mircea,
eres maravilloso,
eres todo lo que una intelectual podría desear.»
«También tú, gatita, eres maravillosa.»
Caminábamos entre hojas marchitas, nadie nos comprendía,
éramos demasiado sensibles, demasiado distintos…
«Natalie, le decía,
oh, Natalie, Natalie, Natalie,
qué nombre tan bonito… sabes, Natalie,
todavía no soy nada,
tú ya eres famosa, tienes una filmografía detrás,
pero trabajaré, Natalie, ya verás,
ganaré dinero…»
Y las tardes de otoño eran tan tristes
y los ojos de mi amada tan profundos…
Luego comenzó a neviscar
y los tranvías lanzaban chispazos verdes al tocar los cables húmedos
pasaron los años,
conocí la gloria, tenía dinero y mujeres
había publicado en París y en Chicago
iba al «Cantemir» solo por costumbre, por razones sentimentales.
Por las tardes me esperaba Natalie
a la puerta del liceo, en su minúsculo Porsche,
en él paseábamos lentamente por la calle del Profeta, por cabo Troncea
y de nuevo por la de Futuro.
Recuerdo que una noche
detuvo el coche junto a la acera
encendió un cigarrillo en la oscuridad y con su voz sensual
(aunque ronca y apenada entonces)
me confesó que me había engañado con un hombre. «Mircea, tenía,
tenía que decírtelo,
no habríamos podido continuar así. Sabes,
no deseé ni por un instante acostarme con Robert
pero es tan pesado… los rubios estos son tremendos…
pero créeme, Mircea, créeme, tú sigues siendo el mejor…»
La perdoné.
Lo que no perdonas a una depravada
se lo perdonas a una mujer superior.
«Engáñame con tus actos, no con tu pensamiento» le dije tan solo.
Luego me fui a la mili.
A Cristi Teodorescu lo visitaba casi todas las semanas Daniela.
A Mera lo visitaba su actual esposa.
Incluso a Romulus lo visitó una vez alguien.
Natalie no me visitó nunca.
Los domingos me quedaba como un tonto en la garita de guardias
y contemplaba cómo los demás besaban a sus novias,
cómo entrelazaban sus manitas sobre la mesa…
Cuando limpiábamos las armas yo leía «Cinema» a escondidas,
recortaba todo lo que hablara de ella, de Ella.
Durante diez años no supe nada de ella. La vida nos separó.
Hasta que, hace una semana, buscando cintas de magnetófono
¿a quién veo en «El disco de cristal», junto a Lipscani?
¡Natalie, Natalie estaba de nuevo en Rumanía!
Pero qué envejecida… No quise decirle nada
y me fui antes de que me viera (fuera la esperaba
el insulso de Redford con el Cadillac)
No, las sopas recalentadas son sosas.
No, Natalie,
has elegido, ahora sigue tu camino.
Y, sin embargo, ¿por qué, cuando volví a casa,
las diecisiete habitaciones me parecieron vacías?
A través de la ventana helada contemplé largo rato la piscina
en la que flotaba una hoja muerta…
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Autor: Mircea Cărtărescu. Título: Poesía esencial. Editorial: Impedimenta.