Susana Villalba (Buenos Aires, 1953)
Te escribí
o creo
haber visto tu sonrisa
melancólica
leyendo.
Tu silencio no sería
silencio
si no es en relación con esas cartas.
Te desespera esa distancia,
yo sé,
de milímiteros,
cuando los labios se buscan
me alejo,
espero que me digas.
Te llamé
y no estabas,
te llamé y estabas
en reunión,
en off,
te deje en el contestador,
en minitel,
CD.
Vi tu rostro de ángel desterrado
de toda fiesta,
el cuerpo también miente.
Tus ojos entrecerrados,
la boca a punto de decir
esperá,
no es el momento de alejarte.
Paso los dedos con saliva,
las uñas por la espalda,
como una descarga eléctrica paso
el cuerpo contra tu cuerpo
contra la pared.
Camino hasta la puerta,
giro y te veo
las palmas hacia arriba
entregándote a una ley
más fuerte que el sentido.
Ese vacío de un segundo,
un centímetro,
lo suficiente.
No hay presencia que conjure,
no hay fusión
que colme lo que es
completamente
soledad.
Todo placer es virtual,
objeto por sí mismo
distante
del cuerpo que se vive
como fuera
del cuerpo que desea.
Todo vale
sólo por comprobar
que más
y más adentro
es más el desamparo.
Y aunque digas así,
deforme tu sonrisa la humedad.
No sé qué murmurás,
tu aliento me quema
el oído,
una ráfaga de lucidez
te vuelve indescifrable.
Yo quería un romance
inolvidable,
buscar noticias de tu pueblo
en los diarios,
nevó
se hundió un pesquero
frente al muelle.
Quería escribir cartas.
Y aunque miremos
como si fuéramos nosotros el video
que vimos en un cuarto de hotel,
uno lejos del otro
tocándose
mientras el otro pasa
los dedos por la boca
como quien dice se hace agua,
tragar,
atragantar,
llename.
Desde lejos acaricio
la ilusión de postergar
la indiferencia
posterior.
Sudor, disolución
de la frontera que es uno.
Rodeame, apretá,
rodamos
y el piso era madera áspera.
Alcohol
que vaya derramando entre las piernas
hasta olvidar para qué entramos
en esa habitación
Esperá
las gotas con la lengua
como un reloj de sal,
un plazo más agónico
por su morosidad.
Esa acritud de las axilas
que marca la escena con su olor
como quien dice se trata de animales
y goza de pensarlo.
Se enreda,
me enredo entre tus piernas
o en tu cuello,
nos desmembramos,
rearmamos en el techo espejado
una medusa,
algo resbala, siempre
algo se escapa.
Te ato
y tu caricia permanece,
ángel mío,
no se te hace justicia.
Te vendo los ojos,
no sabés por dónde
vendrá el ataque,
la caricia,
tenés escalofríos, gemís,
decís que ya no soportás
ni siquiera acabar.
Es poco
lo que queda
en pocas horas, al día siguiente
te vas mientras yo duermo.
Te escribí
a mano incluso,
con la otra mano me tocaba,
impregnaba el papel con ese olor
que ahora es tuyo, digo,
pero no es cierto.
Tengo la propiedad
de imaginarte
en cualquier situación.
Tengo grabados tus gestos,
tu voz,
los puedo insertar,
interactuar.
Pero no sé qué pensás
ahora,
si tomás café en la mañana,
si alguien duerme con vos.
No conozco tu cama,
tu mesa,
si está ante una ventana.
No conozco tu puerta, por ejemplo
abrís
y allí estoy
o el cartero.
No sabés quién soy,
sólo eso,
Unabomber,
un relámpago,
un flash.
Ese instante
en que rugimos o gritamos,
gemimos.
No hay forma de olvidar
la distancia de un cuerpo
a otro,
del otro al universo
prometido,
una luz que se fragmenta
en su espectro
al estallaar el cuarzo.
Tus ojos en blanco
Mientras decís así,
así
matame.
Matame.
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