sábado, 28 de septiembre de 2024

Te escribí o creo haber visto tu sonrisa melancólica leyendo

 Susana Villalba (Buenos Aires, 1953)


Te escribí

o creo

haber visto tu sonrisa

melancólica

leyendo.

Tu silencio no sería

silencio

si no es en relación con esas cartas.

Te desespera esa distancia,

yo sé,

de milímiteros,

cuando los labios se buscan

me alejo,

espero que me digas.

Te llamé

y no estabas,

te llamé y estabas

en reunión,

en off,

te deje en el contestador,

en minitel,

CD.

Vi tu rostro de ángel desterrado

de toda fiesta,

el cuerpo también miente.

Tus ojos entrecerrados,

la boca a punto de decir

esperá,

no es el momento de alejarte.

Paso los dedos con saliva,

las uñas por la espalda,

como una descarga eléctrica paso

el cuerpo contra tu cuerpo

contra la pared.

Camino hasta la puerta,

giro y te veo

las palmas hacia arriba

entregándote a una ley

más fuerte que el sentido.

Ese vacío de un segundo,

un centímetro,

lo suficiente.

No hay presencia que conjure,

no hay fusión

que colme lo que es

completamente

soledad.

Todo placer es virtual,

objeto por sí mismo

distante

del cuerpo que se vive

como fuera

del cuerpo que desea.

Todo vale

sólo por comprobar

que más

y más adentro

es más el desamparo.

Y aunque digas así,

deforme tu sonrisa la humedad.

No sé qué murmurás,

tu aliento me quema

el oído,

una ráfaga de lucidez

te vuelve indescifrable.

Yo quería un romance

inolvidable,

buscar noticias de tu pueblo

en los diarios,

nevó

se hundió un pesquero

frente al muelle.

Quería escribir cartas.

Y aunque miremos

como si fuéramos nosotros el video

que vimos en un cuarto de hotel,

uno lejos del otro

tocándose

mientras el otro pasa

los dedos por la boca

como quien dice se hace agua,

tragar,

atragantar,

llename.

Desde lejos acaricio

la ilusión de postergar

la indiferencia

posterior.

Sudor, disolución

de la frontera que es uno.

Rodeame, apretá,

rodamos

y el piso era madera áspera.

Alcohol

que vaya derramando entre las piernas

hasta olvidar para qué entramos

en esa habitación

Esperá

las gotas con la lengua

como un reloj de sal,

un plazo más agónico

por su morosidad.

Esa acritud de las axilas

que marca la escena con su olor

como quien dice se trata de animales

y goza de pensarlo.

Se enreda,

me enredo entre tus piernas

o en tu cuello,

nos desmembramos,

rearmamos en el techo espejado

una medusa,

algo resbala, siempre

algo se escapa.

Te ato

y tu caricia permanece,

ángel mío,

no se te hace justicia.

Te vendo los ojos,

no sabés por dónde

vendrá el ataque,

la caricia,

tenés escalofríos, gemís,

decís que ya no soportás

ni siquiera acabar.

Es poco

lo que queda

en pocas horas, al día siguiente

te vas mientras yo duermo.

Te escribí

a mano incluso,

con la otra mano me tocaba,

impregnaba el papel con ese olor

que ahora es tuyo, digo,

pero no es cierto.

Tengo la propiedad

de imaginarte

en cualquier situación.

Tengo grabados tus gestos,

tu voz,

los puedo insertar,

interactuar.

Pero no sé qué pensás

ahora,

si tomás café en la mañana,

si alguien duerme con vos.

No conozco tu cama,

tu mesa,

si está ante una ventana.

No conozco tu puerta, por ejemplo

abrís

y allí estoy

o el cartero.

No sabés quién soy,

sólo eso,

Unabomber,

un relámpago,

un flash.

Ese instante

en que rugimos o gritamos,

gemimos.

No hay forma de olvidar

la distancia de un cuerpo

a otro,

del otro al universo

prometido,

una luz que se fragmenta

en su espectro

al estallaar el cuarzo.

Tus ojos en blanco

Mientras decís así,

así

matame.

Matame.

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