Martes, 11 Mayo , 2021 - 19:06
Tres escritoras indígenas colombianas
La literatura es, entre muchas otras cosas, un lugar para reconocernos. Es un espacio donde cabemos todos y el valor de cada uno aporta al brillo de la cultura, esa especie de sol que ilumina a la humanidad y, por momentos, le da esperanza en las noches más oscuras del odio y la violencia.
En una época como la que está viviendo Colombia es muy importante reconocer esa diversidad. Todos somos ciudadanos en este país que nos reúne, eso dice la constitución. No importa si vivimos en conjuntos residenciales con piscinas privadas o en cabildos en la cordillera. Cada voz es tan legítima como cualquier otra, cada exigencia tan importante como las demás. Y, quizás, uno de los grandes peligros de las sociedades contemporáneas es que nos hacemos los “sordos selectivos”, que sólo nos importan y resuenen algunas voces: las más cercanas, las que defienden los mismos intereses que nosotros, aquellas con las que podemos dialogar desde el acuerdo.
Eso está bien. Pero creo que el diálogo enriquecedor, el que nos hace crecer y darle la vuelta a nuestra mirada del mundo, es el que se da desde la diferencia, desde la curiosidad y respeto por lo que, de primera mano, no entendemos. Si no, ¿cómo avanzaríamos como sociedad? Si todo el tiempo nos resistiéramos a dialogar con lo diferente probablemente la humanidad no evolucionaría.
Por ejemplo, en una comunidad que cierre sus fronteras ideológicas, y demás fronteras, las mismas creencias y tecnologías se repetirían por siglos. Esa comunidad estaría quieta, resistiéndose a lo natural: a que las fuerzas de afuera la muevan, mientras el mundo se transformaría (porque todo se transforma, porque la existencia es sinónimo de movimiento y cambio). Baste considerar que hasta las montañas cambian, se mueven, caminan. A veces por la violencia de un terremoto pero, también, y constantemente, por las caricias erosivas del viento y el agua.
Por eso hoy quiero compartir tres voces nuevas que encontré y que me están moviendo. Las tres son escritoras indígenas y cuentan su manera de vivir en el mundo, que es tan distinta a la mía y que, justamente por eso, la agradezco.
Francelina Muchavisoy Becerra:
Nació en Leticia, en el Amazonas, en 1965 y su nombre tradicional es Tamia Wawa, que se traduce como “Hija de la lluvia”. Es una mujer que pertenece a la comunidad Inga y quien se licenció en lingüística y educación indígena en la Universidad de la Amazonía, con sede en Florencia, la capital del Caquetá. Entre 1990 y 1991 fue gobernadora de la Organización Regional Inga del Sur Colombiano ORINSUC. En 1992 tuvo a cargo el área de educación de la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC. Algunos de sus poemas fueron publicados en Woumain: poesía indígena y gitana contemporánea de Colombia.
A continuación, su poema ‘Tiene la piel de los hijos’:
La piel de la tierra extendida
como el color de la piel de sus hijos
unos pedazos blancos
unos pedazos negros
unos pedazos amarillos
unos pedazos rojos
y otros pedazos cafés
Lo mismo que el color de los ojos
negros
azules
verdes
cafés
claros y
grises
A tan hermosos ojos y piel…
terminan enmugrándolos.
Yenny Muruy Andoke:
También conocida como Yiche, nació en Puerto Santander, Amazonas, en 1970 y pertenece al resguardo indígena del Aduche, río Guacamayas, afluente del río Caquetá. Yiche conoce los dialectos minika y nipode de la lengua uitoto y también habla la lengua andoke. Posee conocimientos tradicionales como la cerámica, la cestería y el trabajo en la chagra y realizó sus estudios en el Internado Indígena Fray Javier de Barcelona en Araracuara, Caquetá. Además, cursó una parte de la secundaria en el colegio nocturno INEM José Eustasio Rivera, en Leticia. Ella comenzó a escribir, según dice, inspirada en las historias que se contaban durante las reuniones tradicionales nocturnas en la casa de Oscar Román, padre de su fallecido esposo. En 1998 ganó el Premio Departamental de Poesía, Amazonas, con el poemario Versos de sal, un texto que recoge elaboraciones poéticas de los consejos que daba el abuelo Oscar Román
A continuación, el poema ‘Sabiduría de mujer’, que hace parte de 'Versos de sal':
En su vientre
una gota de vida
está goteando
Es sal
Es palabra
es
hacha
Allí nacen
el hombre nace
allí
también
nace la mujer
Ya
tiempo
la Madre fue violada
pero ella reclama
ella pide
con esa sal-hecha-palabra
Ya la madre
madre verdadera
madre-mujer
ella se enfurece
Ella dice
«Hombre
no fue usted
fui yo
fue a mí a quien violaron»
«Voy a buscar», dice
«¡tal vez fue que me dormí!»
En la historia de tabaco
así habla la mujer sabia
su palabra no es larga
es como la uña de una mano
es como la uña de un pie.
Estercilía Simanca Pushaina:
Nació en 1976 en la ranchería El Paraíso, que forma parte del resguardo Caicemapa, ubicado en la baja Guajira, y es abogada de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. Un punto en común entre sus trabajos jurídicos y literarios es el interés que tiene por la situación de la mujer wayuu. Literariamente comenzó a figurar con el libro de poesía Caminemos juntos por las sombras de la sabana (2002), con el que obtuvo el segundo puesto en el Tercer Concurso Nacional de Poesía convocado desde Barranquilla por la Corporación Universitaria de la Costa. Se ha dado a conocer, además, por sus cuentos que se caracterizan por una conciencia crítica, íntima y con tintes autobiográficos. Según Miguel Rocha Vivas, especialista en literatura indígena, “La obra narrativa de Estercilia Simanca Pushaina es una de las más sorprendentes y reveladoras de la actual generación de escritores indígenas en Colombia y América”.
A continuación, el inicio de 'Manifiesta no saber firmar. Nacido: 31 de diciembre':
Desde pequeña siempre me llamó la atención el que la mayoría de los miembros de mi familia materna manifestaran en sus documentos de identidad «no saber firmar» y que además, todos hayan nacido un 31 de diciembre. Por lo que un tiempo creí que todos los Pushainas nacían en esa fecha, les prometí a todos que cuando yo creciera haría una fiesta de cumpleaños a todos los Pushainas que habían en la península de La Guajira, porque todos habían nacido un 31 de diciembre. Pero celebrar el cumpleaños a un grupo considerable de Pushainas (teniendo en cuenta que es uno de los clanes más numerosos de la península), sería relativamente realizable, mas enseñarlos a firmar, eso sí que sería difícil, por lo que empecé con mi abuelo Valencia Pushaina (Colenshi) de la región de Paradero (Media Guajira). Tenía mi abuelo setenta años de edad aproximadamente, y yo siete años, cuando armados de papel y lápiz le di sus primeras lecciones.
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