De Retratos de mares Traducción de Carles Duarte y Pedro Serrano
En la orilla se derrumban las olas. Llamas semejantes llevan —como enigma llevándolos— reflujos celestes.
Toda historia retumba contra su origen brota del fondo del caos —¿a dónde asciende?— de tierra nada la nubla nada la oscurece.
De fuego, este deseo de tanto roce me abrasa, y de claridad me envuelve.
Amor, ¿que mundo se agita más allá de nuestros cuerpos?
Ese llamado nos engendra con sus llamas, nos quema sin consumirnos.
Lejos en la línea del horizonte se deslizan los años —islas, rostros, el amanecer a la hora malva, deshojan el cielo y tocan tierra como se amarran a lo oscuro nuestros párpados exhaustos.
Allá lejos se turba —rayo del astro haciéndola reaparecer— una flecha de luz apunta al oscuro barro de silencio por encima de las aguas.
Entonces se escaman flujos de aliento —la noche, cristal del alma allí se baña.
¿Sería el agua ese exceso de cielo inclinado sobre la tierra, que aquí se pliega como se fusionan cuerpo y alma en el último fuego, ese exceso de vida arrojado en la vida, que desgasta los días y devora las simientes?
¿Sería el agua esta memoria del puerto en que concuerdan nuestras orillas?
La isla, circundada de agua como el mundo, rodea al silencio.
Jirón, pulsación de tierra visible entre lo invisible no toca bordes ni se aleja.
En torno a ella, caídas, temblores. La desembocadura llama, viento de lejos llegado a labrar el día.
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