sábado, 16 de marzo de 2024

Ya no está sola lapiedra

 

MIGUELÁNGEL MEZA

 ITA HA’EÑOSO / YA NO ESTA SOLA LA PIEDRA, 1985 - Poemario de MIGUELÁNGEL MEZA


ITA HA’EÑOSO / YA NO ESTA SOLA LA PIEDRA, 1985 - Poemario de MIGUELÁNGEL MEZA

ITA HA’EÑOSO/ YA NO ESTÁ SOLA LA PIEDRA

(Edición bilingüe)

Poemario de MIGUELÁNGEL MEZA

Traducción al castellano de

CARLOS VILLAGRA MARSAL,

J.A. RAUSKIN y el autor.

Colección Poesía, 37

© Miguelángel Meza

Alcándara Editora

Edición al cuidado del autor, J.A.R., M.E.V.M., C.V.M. y M.A.F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino

Tiraje: 750 ejemplares

Hecho el depósito que establece la Ley 94

Se acabó de imprimir el 25 de setiembre de 1985

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción, Paraguay (93 páginas)

 

 

Y tanto se da el presente

Que el pie caminante siente

La integridad del planeta

JORGE GUILLÉN

 

Desde la animación cosmogónica al glacial cataclismo del tiempo, la poética de MIGUELÁNGEL MEZA (Caacupé, 1955) inscribe la asistencia del hombre al planeta; acompañándolo, el horizonte y la arena, los astros y el agua danzan lentamente, investidos en una grave luz de origen, en convocatoria sucesiva que no excluye la piedad o el cariño hacia las otras criaturas trajinantes en la luz de esta tierra. Con tales apetencias, compuestas durante un porfiado combate semántico donde la precisión puede con la violencia, ITA HE’EÑOSO configura el más importante propósito de modernidad en nuestra poesía culta en guaraní de los últimos cuarenta años, constituyéndose por ello mismo en un libro renovador, en la acepción generosa del vocablo. Dos palabras sobre la versión en castellana de estos poemas: hemos trabajado, en lo posible, con criterios de equivalencia antes que de literalidad, procurando además trasvasar las músicas del original mediante el uso frecuente de los metros españoles de arte mayor, así como de los populares, valiendo como buen ejemplo el octosílabo que traduce el título: YA NO ESTÁ SOLA LA PIEDRA.

ALCANTARA congratula con justa efusión a MIGUELÁNGEL MEZA por su poemario – inaugural en muchos sentidos-, deseándole la victoria de crítica y lectura que debe esperar.




APU

-pytû kupýgui.

 Pytû...

Ajejopypa.

              Cheño gueteri.


Hy py

mba'e hû puku

              Ajéiko!

              Cheño gueteri.

Tuicha ro'y anambusu.

Hypy.

Aku'e sapy'a.

Apáy.

              Cheño gueteri.


Heta ake chepype.

Asê.

Aku'e.

Heta ake chepype ra'e.

               Cheño gueteri.


Asê.

Ajupi.

Añakârapu'â sapy'a.

Asê.

Aku'e.

Apáyma ra'e.

               Cheño gueteri.

               Cheño gueteri.


APAREZCO

-viniendo de las entrañas de lo oscuro.

 Qué oscuro...

Todo me oprime.

Aún estoy solo.


Qué honda

esta larga tiniebla.

Cierto:

aún estoy solo.

Es vasto y denso el frío,

honda la tiniebla.

Súbitamente me muevo,

estoy despierto.

Aún estoy solo.

Qué mucho he dormido en mí mismo.

Salgo a la vigilia,

me muevo.

Verdaderamente he dormido mucho

en mí mismo.

Aún estoy solo.


Salgo,

subo.

Súbitamente levanto la cabeza.

Salgo,

me muevo.

Verdaderamente

estoy despierto.

Pero aún estoy solo.

Aún estoy solo.

martes, 12 de marzo de 2024

Mi nombre dicho por él sonaba como un presentimiento

 

Poesía joven de México: Clyo Mendoza Herrera

En esta ocasión presentamos algunos poemas de Clyo Mendoza Herrera (Oaxaca, 1993). Estudia Letras Hispánicas. Sus poemas han aparecido en antologías nacionales como Poetas parricidas (2014), de la editorial Cuadrivio, en Asamblea de cantera (2014), de la editorial Cantera verde y en la Antología en Homenaje a José Emilio Pacheco (2009), de la misma editorial.

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Nombres de sombra

(Fragmento)

 

 

I

Después de que se fue los árboles habían decrecido en la penumbra.

En mi sombra vi una niña mojada que se abrazaba a sí misma, me desconocí. Esa tarde no había caído ni una gota de agua y en mi bolso sonaban las llaves como dientes adosados. Cerré los ojos y al fin vi su nombre. Su nombre. Un auto iba a atropellarme, crucé de prisa la calle. -Su nombre, como una sombra o un felino transparente.

Desde que se fue sólo sé descender, volvió la ceguera y mis sueños de mujeres apiladas y heridas.

Ya no hay llanuras blancas ni veneros. Entonces pronuncio su nombre. Comulgo con su nombre.

Lo obligué a irse.

Por qué.

 

Tenía amor, tenía miedo.

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II

Habíamos caminado otra vez nuestra montaña blanca. Hincó el dedo en la cal y entró como una espina. El aleteo de los tordos elevó un polvo que parecía leche. Me agaché a ver cómo salía agua del hoyo que estaba abriendo usando su dedo como una broca. Bebimos y volvimos a caminar. Otro sueño se empalmó a ese sueño: un hombre pintado todo de negro (olía a petróleo) estaba sentado en una esquina contando chistes.

 

Entró una señora en la carnicería y dijo:

– Quiero la cabeza de cerdo de allí.

Y contestó el carnicero:

– Perdone señora, pero eso es un espejo.

Otro hombre acercó un cerillo al payaso negro y éste se prendió en menos de un minuto hasta quedar hecho un muñón oscuro que apenas y se alcanzaba a ver en la noche. Se escucharon sapos o risas.

Alguien señaló una estrella remotísima. Miré.

Al volver la vista él me ofrecía agua con el cuenco de su mano.

 

Debemos encontrar agua, amor, o arderemos por el sol del desierto, dijo.

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III

El día que conocí a No el viento iba entre las cosas como un ser vivo. Me gustó su nombre: Me llamo No, luego me dio un beso en la mejilla y me apretó la cintura con los dedos. Caminamos juntos un rato en el parque en el que paseaba a mi perro. Luego nos recostamos bajo una secuoya y nos besamos. Camino a casa noté que el boomerang de mi perro tenía impreso en tinta blanca: ORACLE. Pensé que la presencia de No me hacía notar los detalles porque escuché a las aves rápidas y vi a los amantes conmovidos.
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IV

El muchacho del sueño siempre fue distinto a No. Empezando porque tenía el cabello corto, pero un mechón suave cubría a medias el ojo izquierdo. Con su ojo claro podía ver a los muertos y con el otro encontraba los veneros enterrados en la llanura blanca. Dicromía. Verlo a ambos ojos me hacía sentir con un pie sobre el aire.

-Yo te sere inútil

-No lo entiendes, Nina. Nosotros siempre compartiremos esta enorme casa-

Y señalaba el desierto blanco.

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V

Nuestra historia no fue una historia de amor, fue una historia de sexo.

A No lo seguían las hormigas como si fuera agua. Hacía calor entonces. Mucho calor. Pero nunca abría las ventanas de su casa. Estaban cientos de muertes, sangre y diamantina en sus sábanas, en las que dormíamos desde que lo había conocido. Yo dormía y sudaba bajo su pierna de hombre que nunca caminaba.

A esa hora en esa fecha mi corazón se dañaba con él. Estaba poseída por su olor a fruta podrida y el sabor agrio de su espalda. Él ponía su pesada pierna en mi cadera y yo dormía bajo su peso de gigante, soñando una y otra vez con el que caminaba sobre la tiesa llanura de hueso.
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VI

Amor, venimos juntos. Juntos a dónde vamos

 

No habían pájaros ni mujeres. No habían montañas o árboles para escalar. No habían secuoyas. No habían muros. Estábamos solos caminando sin saber a dónde. No necesitábamos comer, sólo necesitábamos el agua que él sacaba como una gasa de la tierra. Dormíamos de espaldas o boca abajo con miedo a lo inmenso porque ningún hombre nos tocaba. Estábamos juntos, estábamos solos. Habíamos nacido ahí de pronto y en silencio sobre el hueso gigante del desierto. Déjame sentir el ritmo de tu muerte, dijo. Puso su boca en mi pezón y otro sueño se interpuso.

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VII

No estaba intentando entrar. -Abre la puerta, abre el vientre- Estaba jugando otra vez a ser la roca. -Vete, No, estaba soñando algo importante-. No ya estaba desnudo, atraía a las moscas.

Quité su pierna gigante de mi cuerpo. Pero otra vez me agarró con ella y atrajo mis muslos a su centro. -Ábrete, semillita-. Me sujetó con su pierna de plomo. -Sólo quiero dormir, No. Suéltame-. Mi carne se abrió. Él ya estaba ahí, inundándome. -A-, dijo -Esa es mi chica-.

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VIII

-Ya no quiero volver a dormir-

E hice miles de pasos en la vigilia.

-Debes dormir, Nina. Lo necesitamos-.

El viento suspendía médanos pequeños a la altura de mis hombros.

-Si no duermes, Nina, tú y yo desapareceremos-

Se endurecían mis ojos.

-Debemos llegar, amor, voy a tenderme a tu lado y voy a procurar que vuelvas-

 

Desperté junto a No. Qué noche, me llevó a una plaza llena de luces. Todo brillaba, todo, hasta las personas, parecían cosas vidriosas. Como No había salido, volvió cansado. Durmió en el momento en el que se acostó en la cama. Yo me acosté junto a él y me quedé dormida pronto junto a su vapor oloroso a carne frita.

Empuñaba algunas semillas para no tener hambre.

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IX

Caímos rendidos junto a una parvada de lechuzas albas.

Estábamos desnudos.

-No vamos a morirnos hoy, Nina.

Abrió con su dedo un venero en el suelo. La pátina del agua se alargaba sobre la tierra como una mancha de leche.

Casi llegamos. Me señaló con el dedo una región verde en la distancia. Los olivos parecían explosiones.

-Ya casi llegamos.

Seguimos caminando. Levantó una rama seca y dibujó con ella una línea que se borraba con el polvo de nuestros pasos.
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X

 

A veces No me hacía olvidar por qué lo odiaba. A veces sus manos no eran el diapasón de acero y el viento otra vez corría entre su pelo como un ser vivo. Esos días la pasión me obligaba. Subía en su enorme cuerpo estriado y lo cabalgaba como a un animal puro. Comíamos limones dulces, veíamos crecer la enredadera plaga de la vecina. A veces con No olvidaba que el hombre no nace misericordiosamente. Me cubría con su cuerpo siempre húmedo la espalda y me ocultaba ahí, en su morbidez, de Dios y del mundo.

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XI

-Caminabas dormida, Nina, dónde estabas.

-No lo sé

Los olivos se acercaban y nosotros debíamos ser para los tordos puntos oscuros en un plano.

A veces No aparecía en la llanura como un recuerdo o una línea muy tenue que me hacía bajar la vista o detenerme.

-Vamos, amor, ya falta poco.

En el sueño tenía un nombre: Nina. Mi nombre dicho por él sonaba como un presentimiento.

Bajó el ritmo de su paso y señaló un lugar en su vientre.

-Ya hay una grieta que suena, debemos llegar pronto.

Se puso en cuclillas y me subió a su espalda, caminamos así hasta que su cabeza golpeó con el piso. Se detuvo y mientras yo ponía un pie en suelo firme, dijo:

-Te amo, Nina.

Hubo un eco y una luz.

Lo dijo y no hubo multitud que lo intentara profanar.
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XII

En este mundo, No poseía los sentimientos más toscos.

Decía: Te amo. Y la frase era como la caída de una flor en mis narices.

Por eso me gustaba el silencio.

-Sh, No. Lo sé. Yo también a ti. Lo arropaba con una sábana cubierta de mi sangre y abajo de ella lo acercaba a mí para que me deseara.

 

Inquieta y exhausta podía volver a él, en la llanura blanca, que me contaba historias de un lugar amargo:

-No ha existido una palabra en ese mundo que la multitud no haya intentado profanar.

 

(…)

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Datos vitales

Clyo Mendoza Herrera, Nació en 1993 en Oaxaca. Estudia Letras Hispánicas. Ha publicado en antologías nacionales como Poetas parricidas (2014), de la editorial Cuadrivio, en Asamblea de cantera (2014), de la editorial Cantera verde, en la Antología en Homenaje a José Emilio Pacheco (2009), de la misma editorial. Ha publicado en revistas nacionales y en la revista argentina “La Avispa”. Nada aguas que son las mismas desde su creación y no se gana la vida de ninguna forma.

 

 

Que yo entro y salgo con pájaros de tu mente

 

Clyo Mendoza

Muestra poética

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Piedad filial

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Siempre he llorado. Nací llorando. Antes de nacer lloré a través de mi madre. Ella lloraba porque llovía o porque el sol le calentaba el vientre. Conforme fui creciendo dejó de consolarme. Dejamos de llorar, pero seguíamos creyendo en la tristeza.

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Camino todo el tiempo junto al acantilado
con el deseo cardinal de nunca dejar a mi cuerpo profundamente solo
Quiero dar ese paso y caer
que la caída sea tan natural como mi marcha

Dijo Joseph Goebbels a su amigo Adolfo Hitler una noche en que tomaban juntos y hablaban de amor. Le dijo también que una mentira dicha mil veces se convierte en una gran verdad.
Así me lo contó mi padre.

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Una mañana mientras mi padre me hacía resolver un mapa cartesiano decidí que ya no quería acertar las cruces de sus planos, trazar cuadrantes, adivinar valores de letras postreras.
Abandoné su incomprensible notación matricial y quise salir al encuentro de mi perro.
Mi padre me detuvo de la manga
-Ojalá te enamores- me dijo serio y luego lanzó su risa y su puño sobre la mesa.

Descubrió esa, la más brutal de las maldiciones gitanas, siendo niño, en una revista Reader’s digest como aprendió a matar calandrias con sus puños galgos.
-Ojalá te enamores-
Mi muerte sigue la pauta de su puño en la madera.

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Quise hundirme,
caer en el acantilado amar a alguien hundirme.
Amar en serio.
Como los héroes en las habitaciones oscuras o como las aves que nunca se separan.

Tuve un tío que viajaba a ver a la gente que nadie reconoce.
Quiso ser candidato a presidente del pueblo.
Se dice que era querido, noble, honesto.
Lo asesinaron.
Eso aseguró a gritos mi abuela.
Lavó ella misma su cuerpo,
como si fuera aún el niño de pecho.
Lo miraba como al hijo que odias porque no deja de llorar,
como al muerto al que se le reclama pero no vuelve.

Recogió las mantas de su campaña,
las tendió como sábanas en todas las camas
y convirtió su casa en un hostal.
Una casa para qué.
Sus hijos, se dio cuenta, no volverían nunca.
Quise amar a alguien así: hundirme por hacerle justicia en cada uno de mis actos.

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Tratamos de curar su suerte
devolverle la obsesión vital
pero la víctima ya estaba reservada

Fue una de las frases que se le escuchó a Ricardo Klement en una gélida playa argentina, cuando contaba a su mujer, en Alemania, acerca de su intento de rescatar a un perro.
Así me lo contó mi padre.

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Pienso que mi madre desea caer en el mismo acantilado. Lo creo porque sus ojos rezuman agua. Rezuman agua como todas las cosas que llevan corriente. Creo que mi madre está luchando, pero sueña el mismo acantilado que yo. Mi madre vio en mí el miedo. Mi madre vio las alas que me sostenían titilando como cadena de oro. Por eso debe ser que cuando nos mirábamos largamente ambas empezábamos a llorar en abundancia.
Evito a mi madre. Mi madre me evita a mí.

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Una de esas cosas extrañas que hizo mi padre fue regalarme una navaja que tenía brújula, tijeras
y una linterna con pilas de reloj.
Los regalos de mi padre consistían en tener todo para no extraviarme.

El día que me mataron llevaba la navaja.
Balas
Me hubiera gustado tener balas.
Pero me dije: está bien, mira, todo va a estar bien,
que es lo que me decía cuando estaba siendo cobarde.

Igual sucedió, no pude evitarlo
y caí
con la boca reluciendo un agua nueva.
La palomilla tronó junto al foco,
mi padre arrancó las flores de mi ventana
y cuando terminó con su largo silencio
me enseñó a disparar.

De este lado, en el vacío, todo se cumple.

Colgó cartones como objetivos en los árboles
donde nuevos mapas cartesianos se resuelven cada que él dispara
pretendiendo que mi mano es su mano
que su vida es mi vida.

Padre: tu sangre no dibujó el plano para mi derrumbe, le digo.
Pero no me escucha.

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No quiero ser yo quien sepulte a nuestro hija muerta
……………………………………….no quiero ponerla a tus pies
ni quiero dormir cubriéndome de pena

Lo poco que quiero, vida mía
es asistir a este espectáculo sin rabia

Repetirme que hay en el mundo niños vagabundos
conquistando escombros

y que ésta, nuestra hija,
aunque no venció
hubiera sido sin ti un ser sin resistencia

.

Eichmann juntó diez mil gitanos
y los sembró de llamas
-Ojalá te enamores
gritaban las masas antes de caer en el lecho deslumbrante

Eichmann miró hasta que el fuego estuvo en reposo.
Sobre las venas mutadas en ceniza se leía:
-ojalá te enamores
la más cruel de las maldiciones gitanas.
Ay, qué inútiles son los juramentos de los nómadas,
se dijo Eichmann.

Volvió a su casa donde su mujer
resolvió cambiarle el nombre
para que la maldición no lo alcanzara:

 

Ricardo Klement, el nuevo Eichmann,
huyó semanas después
perdidamente enamorado de su causa.
Por ella, años más tarde, lo ahorcaron
en un país al que habían volado las cenizas nómadas
de aquellos gitanos.

 

Así me lo contó mi padre.

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Anamnesis (fragmentos)

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XII

La nuca fría, el pez blanco detrás de la oreja desgarrando con su aleta, doblándola con el recuerdo del amor para siempre olvidado. El pez se alarga, la oreja fría, las manos frías. Pez que se hincha y vuelve al esqueleto, pez lácteo, cortando. Ofelia quiere crear de nuevo el mundo, pero se sienta al borde de la cama a oír el pez que serpentea que viene y va, que se disemina. Ofelia olvida el nombre de todas las cosas. Sólo cuando las escamas se asientan, ella escucha la hora, el momento de la herida real, el gusano de Dios. Escucha su esqueleto crujir como el aire. La nuca fría, el mal presentimiento. La temblorina de cada mañana, que después de soñar la convierte en cicatriz enigma. Y el sueño qué le dice a Ofelia: el amor está escondido en nuestras lágrimas, en los cántaros, no estalles en pedazos. Pero ella escucha al sol en los coágulos de sangre que todavía no dejan de florecer. Se hace de noche al borde de la cama, siempre al borde Ofelia. Ensayando la idea, el poema, la sombra de un recuerdo amable. No siempre fuiste tú, Ofelia. Algunas veces fuiste un ángel suplicante, una muchacha en una barca con la mano cortando el agua y los peces mordían tus pieles muertas, y andabas como un tallo de miel, sonriendo. Fuiste una isla de fuego y tu vientre contuvo un tic tac latido, no siempre fuiste la raíz que se revuelca, la batalla callada de todos los días.

Y el borde quema, el borde de la cama astilla, el borde de la cama naufragio, y Ofelia aprieta puños, los pies son puños, su cabeza es puño, aprieta con los dientes sus minas y se levanta, temblando con la ciudad, para ir a su puesto de trabajo. 

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Primera cianotipia

¿Tiene sombra el vacío? ¿Existe el párpado gigante de Dios que mece a los niños nacidos en la muerte? ¿Si tengo fe Dios arrancará a mi hijo del océano? ¿La sangre de este niño pasó del mar al polvo, ha vuelto a mí, me ciega? Quiero llorar esta espesura.

Esta mañana para Ofelia fluyó de vuelta el pez del dolor.
Padece el golpe del agua,
le estallan los nudos de la sangre.
Sí, hoy es salvaje el nuevo vientre de su madre.

Esta es la carne de los sedientos:
Carril 1: El muchacho sin piernas traza con su cuerpo un refugio vertical
Carril 2: A Ofelia el agua le grita verbos venenosos
.Carril 3: La mujer de treinta años está aprendiendo a flotar
Carril 4: Una muchacha con cáncer siente que sus alas se pesan con lodo

Ofelia o tosco árbol marino,
la adicta de los doce pasos,
la madre del hijo sin sepultura,
El caos, la cucaracha infranqueable
penetra
desmiembra
..muerde el agua tronante

El agua eres tú, Ofelia, dice alguien.
Ella detiene el nado, hay algo que se desune de su vientre.
Piensa: Hijo, que esta astilla nos perfore a todos de una vez.

Y sí, de golpe el mundo es testigo.

Ofelia es sacada de la gruta azul
su sangre resuena en las banderolas
los nadadores huyen de la piedra
que entinta el agua.
Pero el muchacho manco, perplejo, es alcanzado
mientras mira a Ofelia volver en sí sobre el azulejo.

Está inmóvil porque reconoce de sobra sus ojos aerolitos
el desgaje
la pérdida

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Segunda cianotipia 

Ofelia
con su voz de diluvio
preguntó:

–¿Es cierto eso, hija? ¿Te violaron?

Toda la Ofelia cisterna se agita.
Siguieron volando las minúsculas flores en las ciudades de polvo

–Sí, abuela.

Quién se lo ha dicho, quién repitió la verdad multiplicándola.

–Eso me dijo tu madre por teléfono

Largo silencio. Ofelia no mira a Ofelia, clava la mirada en la bolsa de agua que ayuda a espantar a las moscas.

–Pídele perdón a Dios, hija.

(Ofelia, nacida un año de números redondos, feto con doble vuelta de cordón umbilical, riesgo de asfixia, cesárea improvisada. Cuatro semanas prematura.)

–A Dios gracias que sigues con vida…

–¿Pedir perdón?

Silencio. Están regadas por la estrella equivocada.

–¿Viste sus rostros? –No

Mentira

–¿Los conociste? –No

Mentira

Silencio. (Ofelia, nacida un año de números impares, su madre la alumbró junto a un arroyo, la fuerza del agua la arrebató del vientre, limpió la profunda sangre, lamió la herida. Ofelia, tres semanas prematura, nacida frágil bajo la sombra de un cedrón. Casada a los trece con su virginidad intacta.)

–Qué más le dijo mi madre.
–Que está sembrando rábanos en su jardín.
–También intentó hacer crecer flores azules.
.–Las flores azules son imposibles.

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Todas las canciones que no ha escuchado (Lo que escribió Gabriel esperando la muerte de Ofelia)

I

Sé que sigue tu deseo con su pulso de hacha
Que yo entro y salgo con pájaros de tu mente
Yo entro y salgo ileso de tu mente
Esto es la guerra

Esto es una maldita guerra
y yo me he visto ladrando encima de ti
.perro feral que pelea por oler la sangre
del último muerto

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II

Escucharte
es ver caer un puente en mis narices
Hablas como un animal de garganta tajada
que murmulla su nombre tibio y sin lengua

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III

Te odio porque
tu luz ciega a los pájaros
que caen cavando su ruido en las rocas

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IV

He empezado a escribir tu carta. Escribí un verbo hermoso y olvidado. En tu carta también le falta una «e» a una palabra. Me da pena ser yo.
Lo que haré mañana después de verte será encerrarme. Estoy haciéndome niño.
Ya no quiero estar aquí un minuto más. Todo me está pasando esta noche.

 

He visto a los perros
afilando sus uñas con mis quebrantos.

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V

Da una miel la noche para ahogarse en ella. Te daré tus cosas cuando tú las recojas. Sino sigue en lo tuyo y vete a la mierda, yo también. A esta hora siempre tengo en la cabeza la idea de un mar silbando ruido de color. Yo no te merezco. Tienes razón, no valgo la pena, quiero aplaudirte.

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VI

La niña con que me abrazas
aprieta tan fuerte
que puedo oír
todos los ríos en los que te has mojado

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El Coliseo

Una mujer es un bocado de polvo. Una mujer es aquí la eterna dormida al sol, la desnuda, y duerme quieta en la más incómoda postura, bajo el misterio donde todas se apilan. Una mujer es un bocado de polvo junto a muchos bocados de polvo contra los que tropieza un borracho. Muchos bocados de polvo formando el valle. El polvo adherido al pelo de un animal de sombra, el polvo bajo los perros que buscan en la hondura. Nadie escucha el crujir de huesos y seres blancos. Nadie escucha la construcción del gran dominio, el coliseo, esas paredes milimétricas sobre los cuerpos, vibrando como gotas de niebla. Al cuerpo de la mujer le falta estómago. Ahora, como antes, reina el silencio bajo el que le forzaron las puertas cuando vivía y tenía nombre. Sólo suena la agitada respiración de un hombre llenando con vastedad cada segundo. A esta mujer le faltan las manos, a esta mujer le falta el grito, garganta. Nunca imaginó a su cuerpo en este llano bajo el que se edifican las sombras. Porque incluso entonces, en el final, fue luminoso el apartamento, lleno de hombres nocturnos y niñas bajo la tierra. Nunca apagaron la luz que llenó con vastedad cada segundo. Cuál sería un buen fin, cuál sería un buen fin para un borracho que respira el polvo y deja caer el esputo en este valle donde se escondió a la muerte. Bajo lo seco, bajo lo verde, la fiesta de los seres blancos brilla en el crepúsculo. Bajo lo seco, lo verde, un camino se acaba. Y allá detrás crecen las muchachas tras los puñetazos, cubiertas de pequeñas cosas ridículas que muerden con impaciencia todo lo que cae en este mundo.

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Clyo Mendoza. Oaxaca, México, 1993. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras. Sus textos aparecen tanto en antologías nacionales como internacionales: Poetas parricidas (2014), Homenaje a José Emilio Pacheco (2009), Todo pende de una transparencia. Muestra de poesía mexicana reciente (2016) y Los reyes Subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (2015). Su primer poemario Anamnesis fue publicado en 2016.