sábado, 16 de agosto de 2014

Espantando a la muerte con ritos caseros

La cura



José Watanabe




El cascarón liso del huevo 
sostenido en el cuenco de la mano materna 
resbalada por el cuerpo del hijo, allá en el norte. 

Eso ví: 
una mujer más elemental que tú 
espantando a la muerte con ritos caseros, cantando 
con un huevo en la mano, sacerdotisa 
más modesta no he visto. 
Yo la miraba desgranar sobre su regazo 
los maíces de la comida 
mientras el perro callejero se disolvía en el relente del sol 
lamiendo 
el dolor arrojado a la tierra 
junto con el huevo del milagro. 
Así era. La vida pasaba sin aspavientos 
entre gente parca, padre y madre 
que me preguntaban por mi alivio. El único valor 
era vivir. 
Las nubes pasaban por la claraboya 
y las gallinas alineaban en su vientre sus santas ovas 
y mi madre esperaba nuevamente el más fresco huevo 
con un convencimiento: 
la vida es física. 
Y con ese convencimiento frotaba el huevo contra mi cuerpo 
y así podía vencer. 
En ese mundo quieto y seguro fui curado para siempre. 
En mí se harán todos los milagros. Eso ví, 
qué no habré visto. 


José Watanabe, de su libro "Historia natural"

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