martes, 5 de mayo de 2020

Pero tengo, en cambio, esta lengua raquítica

Poema

Lilith

Por Emilia Carabajal
¿Por qué, Padre, si me consagraste hembra,
Si me alzaste del polvo para que fluyera entre las cosas
Y coronase todos tus delirios,
Por qué, digo, me ultrajaste así?

¿Por qué me privaste del aullido?
¿Por qué me arrebataste la ferocidad que me encumbraba?
¿Por qué me negaste todas las raíces y me secaste los cauces del instinto?

¿Te agrado, acaso, así,
bípeda depilada,
Caricatura de la bestia magnífica que podría haber sido?

¿Por qué me privaste del aullido?
A mí correspondía
Un rugido estrepitoso
De hembra desbocada
Ávida incluso en el vacío

Pero tengo, en cambio, esta lengua raquítica

¿Te complace, acaso, oír mi voz domesticada, extranjera del vasto aquelarre del sonido?

Gimo a veces
Cuando como quien dice amo
Y remedo entonces un aullido
Pero se vuelca enseguida al engaño de la articulación
Entonces profiero interjecciones aprendidas en la escuela
O nombro a aquel que como quien dice estoy amando
Con sus nombres más superficiales
Que confundo con los de otros
A quienes como quien dice amo a veces también

¿Con qué nombre has de llamarme en el castigo?

Aullaré si un día escupo a uno de los míos
Si después de haberme hurgado con desesperación
Y haber engullido menta y aspirinas
Y haber buscado inútilmente en el papel higiénico un atisbo de mi sangre
Y haberme rebajado a rogarte
Por que mi sangre apareciera
Si después, digo, aun así uno de los míos me creciera y tuviese que escupirlo
Aullaría entonces
Hembra plañidera

Y daría al vástago un nombre de artificio
Que lo confundiría con otros

Y a ti, ¿cómo he de llamarte?
Sabes que guardo en mí tu nombre como un hachazo
Que podría gritarlo hasta que me destierres
Y espantar a tus heraldos en los márgenes de ese exilio

No te asombre que blasfeme
No te indignes falsamente
No reniegues de tu erinia
No pretendas sobre todo hacer de mí tu espejo tranquilo
No invoques como buenas intenciones
La brusca ocurrencia de hacer de tu hembra mejor una cordera
No busques mi piedad, Padre
Tú no eres mi hermano
Ni yo tu guardián

Yo no soy más que un tajo
Arrancado de la tierra
Y amo
Y sangro
Y gimo
Como puedo

¿Por qué me privaste del aullido?

No hay comentarios:

Publicar un comentario