domingo, 1 de noviembre de 2020

El océano de Ulises -que no regresa nunca

 

Ladera de las cosas vivas


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TODO ES PERFECTO si lo miras de golpe,
en un solo vistazo. Perfecto. Con esa perfección
de las cosas silentes. Recto como la vía del tren; 
la simetría entre tus ojos recortando la neblina 
y ella misma; o aquel paralelo
entre el vocablo “azul” e “inmaculada transparencia”.
Todo así, lineal, o con volumen de esfera. Perfecto
acuerdo entre memoria y ojo. Felicidad de los juncos y el bañista
en el paisaje. Hasta que te detienes
y observas.



Malva Flores,
 Ladera de las cosas vivas. México: Conaculta, 1997. (Práctica Mortal)



EL SOL EN SU CENIT
y el cántaro sin agua.
Parpadea su imagen
como todo en verano
y se abrasan los cuerpos
buscando el rastro de su sombra.

Porque todo en verano es mediodía
todo lo que es oasis
es engaño.

Pero lo real cae como filo:
vertical es la luz y la palabra
es tajo.



ESAS COSAS DEL FUEGO tan solícitas
reposan mientras no las llamas.
Son timbales que esperan; así es su luz:
disponibilidad.

Reunidas junto a ti, videntes
beben de tu ceguera. Omniscientes esperan
al margen de lo que miras tú
como si fuera cierto.
Es materia inflamable la que mira detrás
y camina contigo,
hasta que tú la llamas.

De las cosas del fuego, toma el fuego.
que estallen sus timbales de luz
a la voz del ensalmo, en la danza llameante
de las velas.

En la vereda, cosas del fuego bailando,
sacudiendo el letargo: floración invocada
y acaso boomerang.

Originales y prístinas,
observando por ti, partiendo
de tu voz hacia delante
—desbrozando el camino

aun en su regreso.


LA SENCILLEZ DEL AGUA en el estanque:
Monet y los nenúfares
ufanos, como líquidos faunos;
animales bebiendo en la siesta dorada
o el cántaro rompiéndose, abismo de Narciso.

¿El mar o los sargazos?
La sencillez del mar para Virginia (Wolf)
y las gaviotas.
El océando de Ulises —que no regresa nunca--
y aquel coro letal de las sirenas,
cantando a ritmo de sal.
¿El mar o los sargazos?
La pérdida,
el azoro.

La sencillez del río,
aunque jamás tomemos baño
en aguas similares.
Piedra lisa en el amor del río;
la muchacha desnuda
de sus trenzas, silbando.

Bautismo, ablución,
o nacimiento:
el agua donde mojas el pie.


LA FORMA, la tibieza:
arena donde pisas.
Marzo, marzo.
desfilando el color y las formas,
ordenamiento de las cosas inocuas:
incluso el cuerpo, si los ojos vendados.
Allí volvemos, marzo, apretando los párpados,
invocando la hora, el nombre, la palabra.
y no ha cambiado nada. Permanece el deseo
aroma y floración.
No querríamos saber y volveríamos ciegos,
de todo renunciados;
con esa sencillez de la música inundando la tarde,
dispersándola.

La forma, la tibieza de las manos
para advertir el braille secreto en cada rostro,
la charla en el perfil silencioso, vibrando en su mutismo.
No querríamos saber
mas volveremos mudos,
sordos,
con sólo el cuerpo domesticando la palabra que indaga,
abatiendo los ojos que siempre buscan hacia fuera.

Sólo con boca y manos
tendiendo un puente hacia el orden
reunido. Sin otra exigencia que el abrazo sonámbulo;
en medio de la luz
pero cegados.
Al abandono del taco, del aroma,
las cosas como son,
la forma, la tibieza.
Sólo entonces abriremos los ojos y escucharemos.
Cuando memoria y razón
y su palabra
se confundan, desaparezcan bajo tu claridad sonora,
marzo.



Ladera de las cosas vivas.
Un aura perceptible apenas por el vaho
de su movimiento. El roce del olfato con un perfume
en tránsito hacia dónde.
Aquella extranjería de siempre el artificio
de mirar o el amplio espacio
tras el sonido de las voces. De una a otra, tantas. De paso,
volando, desasidas. Peso de pluma,
ladera. Ese roce.



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