miércoles, 2 de septiembre de 2015

Por eso inventamos fuerzas que petrifican

NUEVO POEMA INESTABLE


INÉS MARFUL


Era tarde. Muy tarde. Yo había acampado en pleno mar.
Caminaba igual que un Cristo yacente en la galerna.
Me encontré bregando con las olas muy cerca de un lugar
que llaman Cabo Blanco porque la espuma
que, como todo el mundo sabe, es el semen vertido por los genitales de Urano,
lo invade todo con su fulgor de nieve.
Alguna vez oí que bastaba con dejar que las crestas de agua le rozasen la blusa
para que una doncella purísima se quedara preñada.
Según contaban las leyendas
los niños nacían sin testículos,
pálidos como la sal
y pesando en centurias la bruma de los puentes.
Nunca supe si era cierto.
La razón es sencilla.
No hago trabajos de campo.
Y nunca me detengo. Voy en busca
de una mujer.
Es todo.
¿En qué podía afectarme a mí
la semilla de un dios? En Nada.
Nada. Qué espléndida palabra. Dentro del equivalente funcional de
un par de horas
no quedará ni rastro de la especie. Ni de la tierra. Nada de este alfabeto con el que,
a duras penas,
voy ensartando el collar de este poema. Por eso inventamos
fuerzas que petrifican. Orfeos y Medusas. Por eso el túmulo que erige la memoria y el fósil de este amor sesteando en mis senos.
Era tarde. Muy tarde. El reloj de las estrellas
marcaba, por lo menos,
las doce y cuarto.
El agua migra. Mírala. No puede estarse quieta ni un momento.
El mundo está hecho de una materia inestable.
Por eso inventamos nombres y formamos geógrafos.
Para acotar el infinito.
Para intentar contener el movimiento.
Una mujer es un mar. Reúne a quince cartógrafos. Dótalos de los instrumentos más sutiles. Ponlos a dibujar. Varias lunas más tarde capitularán diciendo que no hay mapa capaz de fijar sus fronteras. Pero, claro, yo quería navegar…
Quería navegar y estaba exhausta. Me habría gustado convertirme en una piedra para poder descansar sobre mí misma. Pero hasta las piedras se resquebrajan con el frío y se desplazan con el empuje del fuego.
Entonces se me ocurrió una oración.
Parecía un monaguillo a punto de pasar su cesta.
Dije: mira, no puedo más, de modo que ahora mismo voy a arrojarme por la borda.
Por favor, acógeme.
Rodéame.
Engúlleme.
Naufrágame.
Dispérsame.
Toma mi corazón.
Por favor, deja mi corazón descansar un momento sobre tu pecho.
¿Es preciso insistir?
El mar/mujer
no era
el mar
ni la mujer-era
una mujer
sino su hueco.



P.D. Los poemas inestables tienen formas inestables, cuentan historias inestables y sus voces son inestables. También sus personajes. No hay forma de atraparlos por ninguna constante de gravitación y mucho menos por las trivialidades de una ruta identificable, un trabajo, una pasión o un género. Todos somos sistemas dinámicos inestables. ¿Cómo podrían ser estables nuestros poemas? IM

No hay comentarios:

Publicar un comentario